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EL ESTILO PERSONAL DE GOBERNAR

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“Sus últimos libros(de Don Daniel Cosío Villegas)

fueron ensayos terribles,  juguetonas dagas escritas;

reminiscencias de aquél Montalvoque mataba gobernantes con la pluma”.

Enrique Krauze.

 

 

Don Daniel Cosío Villegas (1898-1976) fue un brillante universitario, escritor y polemista con gran profundidad de análisis y refinado sentido del humor.  Una de sus últimas obras, publicada en 1974, fue “El Estilo Personal de Gobernar”, pequeño volumen que alcanzó cinco reimpresiones en un año y vendió más de setenta mil ejemplares caso insólito en un país sin lectores.

 

Descrita de manera fascinante y cruel, la realidad nacional, hacía que al leer El Estilo Personal… la gente pasara de la indignación a la risa, luego al olvido y tal vez al perdón.  Según palabras de Enrique Krauze: “No es, ni pretende ser un libro político ni científico, ni una novela.  Es un ensayo literario”.

 

Pasado el autoritarismo diazordacista; en las postrimerías del populismo echeverrista (complejo de culpa compartida, por los sucesos del dos de octubre de 1968), el sistema de Partido casi único, se encontraba en plenitud de vigencia.

 

Según Cosío Villegas, el Sistema Político Mexicano se movía en esa época, sobre dos ejes fundamentales: el Presidente de la República y el Partido en el gobierno.  Es lógico que siendo, este último, en la realidad, algo así como una Secretaría de Elecciones del Ejecutivo,la única voluntad real para regir los destinos nacionales era la del Mandatario en turno.  Hay que recordar que, el sucesor de Don Luis, José López Portillo, fue candidato único:ningún Instituto Político registró competidor.

 

Es obvio que un poder que parecía no tener límites, se mimetizara, a imagen y semejanza de un solo hombre. Era casi antropomórfico. La figura  presidencial llenaba prácticamente todos los espacios.  Dice Cosío que aún los rasgos personalísimos, únicos e irrepetibles de la personalidad del gobernante comoindividuo, se transmitían, a su sexenio: el temperamento y el carácter marcaban los “ismos”.

 

Detrás de cada suceso, se reconociera o no, estaba la presencia del Gobierno.  Los servicios de inteligencia (mano de hierro en guante de seda) tenían los ojos, los oídos y la voluntad, no solamente en los grandes actos y protagonistas de la vida nacional, sino aun en la vida personal de sencillos y apacibles ciudadanos que no veían pero percibían la presencia del ogro filantrópico omnisciente, omnipotente, omnipresente.

 

Desde los tiempos post revolucionarios, la fuerza de los caudillos emergió en la historia a través de imágenes fácilmente visualizables: Madero: barbita de candado y elegante bombín.  Villa: tupido bigote, sombrero norteño, pistola al cintocon la sombra de Rodolfo Fierro protegiendo sus espaldas.  Carranza: larga barba blanca, mirada fría detrás de gruesos lentes de fondo de botella.  Zapata: sombrero de charro y negrísimo bigote.  Obregón: carencia de un brazo, sonrisa inteligente, cañonazos de cincuenta mil pesos.Calles: rostro mal encachado, siempre en las manos un ejemplar de Mi Lucha, el libro de Adolfo Hitler; Cárdenas: El Tata, comiendo tacos con campesinos y albañiles, Expropiación Petrolera.  Alemán: sonrisa fácil, simpatía jarocha, corrupto y corruptor.  Ruiz Cortines: austeridad y corbatita de moño.  López Mateos: florida oratoria, simpatía de actor cinematográfico.Díaz Ordaz: enérgico discurso y mano dura.  Echeverría, locuacidad irrefrenable; delirios de trascendencia internacional.  López Portillo: cabalgando en un elefante.  Salinas de Gortari:corta estatura, ojos pequeños, gran inteligencia y perversidad.  Fox, botas y texana bajo el síndrome de la Chimoltrufia (como dice una cosa dice otra)…  De los demás no me acuerdo, no sé si por razones propias de mi edad o por lo gris de su presencia histórica.  Todos ellos en mayor o menor grado, imprimieron a sus respectivos periodos su estilo personal.

 

Después de doce años a partir de que Fox, sin saber para qué, sacó a patadas de Los Pinos y de la Administración Pública nacional, a quienes consideraba: “alimañas, tepocatas, víboras prietas…” y Felipe Calderón dio muestras de su megalomanía. En dos mil once irrumpió en el ámbito político nacional, un hombre joven, incansable, de arrolladora simpatía y gran “pegue” entre las damas.  Las encuestas siempre le fueron favorables,relativamente con poco esfuerzo logró que su Partido regresara a Los Pinos.

 

Las expectativas de propios y extraños daban por hecho que, de la noche a la mañana, las cosas cambiarían para bien.  Al novel Tlatoani se le adivinaban poderes casi mágicos.  El surgimiento de un nuevo PRI era inminente.  En este esquema, se olvidaba la prédica realista de Pepe Monroy Zorrivas quien decía y sigue diciendo: “Para empezar, no hay nuevo PRI, este Partido es un ente de ochenta y cinco años de edad, los cuales pueden ser muchos en la vida de un individuo o pocos en la existencia de una nación.  Lo importante es que con toda su historia acumulada, el Partido, ante circunstancias inéditas tiene que reaccionar como lo que es.  No puede ser de otra manera”.

 

Los tropezones, son propios de quien acaba de regresar a su casa después de una larga ausencia.  Todo ha cambiado, los anteriores inquilinos, se van resentidos, pero algunos de sus herederos se quedan para boicotear al nuevo equipo, con azules destellos de nostalgia.  Los acreedores insisten en cobrar facturas reales o imaginarias.  Para gobernar hay que reformar la Constitución, leyes, planes y programas, lo cual afecta a ciertos privilegios en sus zonas de confort económico y político.  La circunstancia internacional se endurece y en lo interno crece el fuego amigo.  Los Derechos Humanos se utilizan como banderas para demagogos. Se descubren, fabrican o magnifican, hechos lesivos para la ética de los gobernantes.

 

Algunas altas decisiones y nombramientos parecen no tener explicación lógica.  Sin embargo en cada acto de gobierno subyace, estoy seguro, una estrategia que habrá de consolidarse en su tiempo.  No hay que perder de vista que el sexenio es joven y el Presidente también.  Es soberbio y ofensivo pensar que no ha visto ni medido los riesgos.