El Mercadólogo
El próximo 20 de noviembre dará inicio la Copa Mundial de Fútbol, organizada por la FIFA, en Qatar. Pero no digo nada que no sepa ninguno de mis lectores, que seguramente para estas alturas habrá sido impactado por miles de mensajes relacionados con esta cita: noticias, programas de televisión, promociones específicas, publicidad relacionada, patrocinadores oficiales exhibiendo el logo de esta cita, y mil maneras más de recordarnos, al menos, que el Mundial está cerca.
Lo normal es que este evento se celebre durante los meses de verano del hemisferio norte del planeta, coincidiendo con el final de las llamadas «grandes ligas» nacionales, para que los mejores jugadores puedan acudir a representar a su país sin que se vea afectado el equipo para el que trabajan. Sin embargo, cuando se asignó la sede para 2022 a Qatar, nadie se dio cuenta de que, en esos meses, este país tenía una temperatura promedio de 41ºC, lo que tendría un impacto directo en la salud de los futbolistas.
Mi primer recuerdo sobre un Mundial de fútbol no tiene que ver con los partidos disputados. En 1986, un buen día, mi papá apareció en casa con una videocasetera para poder grabar todos los partidos y verlos después. No sé si llegó a verlos, pero recuerdo que durante los siguientes años estuvieron deambulando por la casa esos videocasetes, muy bien etiquetados, para saber qué partido deberían contener, aunque en realidad podía estar grabado un capítulo de una serie, una película o cualquier otra cosa.
El Mundial de Italia 1990 pasó un poco desapercibido en mi familia, ya que México no pudo disputarlo. Así que el primer Mundial que realmente disfruté, viví y sufrí, fue el de EU 1994. Aún recuerdo la emoción de los goles de Luis García, los sustos cuando algún rival encaraba a Jorge Campos, con su consecuente respiro cuando conseguía estirar la mano y desviar el balón, y por supuesto, la agonía de los penaltis contra Bulgaria, con el desenlace que ya todos conocemos.
A partir de ahí, he seguido todos los Mundiales disputados. Pero ahora, la verdad, no sé qué hacer. Desde hace unos meses tengo un dilema moral, y no encuentro la respuesta. Durante la construcción de los estadios y demás infraestructuras necesarias para disputar el torneo, fallecieron aproximadamente 6,500 trabajadores inmigrantes, como consecuencia de las malas condiciones en las que tenían que realizar su trabajo, casi en el nivel de esclavitud.
Pero los obreros inmigrantes no son los únicos que sufren discriminación en Qatar. Las mujeres deben tener un tutor masculino, ya sea su padre, su abuelo o su marido, del que necesitan su autorización para casarse, estudiar, trabajar, viajar o incluso recibir tratamientos médicos. Por supuesto, no tienen ningún derecho sobre sus hijos, ya que legalmente no pueden tener la tutela de nadie. Ni siquiera si se divorcian. Pero no se preocupen, queridos lectores, porque ellas sí podrán acudir a los estadios, así que podemos mirar para otro lado en cuanto al resto de sus derechos.
Los que podrán entrar, pero tener cuidado con cómo se comportan son los integrantes de los colectivos LGTB+, ya que las leyes de Qatar son muy estrictas, pudiendo terminar condenados a muerte si hacen manifestaciones evidentes de sus preferencias sexuales.
Con todo esto, no me entran ganas de seguirle el juego a la FIFA y mantener su negocio. Pero el máximo organismo del fútbol mundial ya ha recibido su compensación económica principal, vendiendo los derechos de retransmisión del torneo en cada país. ¿Qué pasa si somos muchos los que no vemos los partidos por la TV? Mientras no tengamos audímetro en nuestra casa, no se verá reflejada esa tendencia en las audiencias. Y, aunque se vea reflejada, la época del año en que se disputará el torneo, y en horarios laborales, ya puede hacer pensar que las audiencias bajarán. ¿De verdad hará alguna diferencia que yo lo vea o no?
De lo que sí estoy seguro es de que ninguno de los jugadores de la selección mexicana va a echar en falta mis gritos de apoyo desde mi lado de la pantalla.