Los gritos

Los gritos

El Faro 

La semana pasada, se congregaron multitudes en las plazas de pueblos y ciudades para rememorar el grito de independencia. Pura efervescencia de sentimiento patrio, de orgullo nacional y de fiesta con todo y fuegos artificiales. Ese grito se comparte con una muy buena parte de países latinoamericanos que en el mismo mes celebran también su día patrio. 

Los vivas a México, a los héroes que nos dieron patria y a todo lo que nacía de la creatividad más o menos acertada de quien dirigía el grito, se correspondía con más vivas y profundo agradecimiento. La comunión y sincronía eran perfectas, casi coral, en las plazas y a través de los medios de comunicación.

Mientras este fenómeno de fraternidad y simpatía se daba, me dio por pensar qué proporción de personas honradas y trabajadoras, mexicanos de cada día, estaban mezclados con otros conciudadanos que se dedicaban a secuestrar, robar y asesinar; cuántos ciudadanos modélicos estarían codo con codo con integrantes del crimen organizado; cuántos respetuosos se unían en una sola voz con quienes agandallaban sistemáticamente a los demás. Todos juntos a un solo grito: ¡viva México! Un solo sonido, pero diferentes significados.

En la Ciudad de México, justo en estas mismas fechas, un grupo de familiares de desaparecidos subieron la Estela de Luz para colgar en ella una manta que recordara otro grito. Éste de desesperación, de impotencia por no sentirse reconocidos, porque sienten que nadie les hace caso. 

La Estela de Luz es un símbolo de oscuridad. Levantada en un tiempo desproporcionado, con un presupuesto exagerado, sin una utilidad clara se erige como monumento que recuerda el gran ego de quien la mandó edificar en una etapa de pobreza, hambre y necesidad. 

Con la acción desesperada de estos familiares la construcción adquiere una nueva dimensión y un sentido distinto. Se convierte en un faro de reclamo ante la injusticia que clama desde lo alto a toda la sociedad. El grito silencioso se oye dese arriba y se proyecta a los cuatro puntos cardinales. Es la palestra nacional desde donde pueden escucharse las voces de quienes no son escuchados. 

El sentido del grito es de reclamo, no es de vivas. Se mezcla con rabia y no con orgullo; con desesperación y no con alegría; con duelo y no con celebración. Los únicos fuegos que persisten son las pocas esperanzas que anidan en los corazones de familiares que buscan con cariño algunos restos de sus fallecidos. 

El desfile militar queda opacado por el desfile paralelo de los difuntos que nadie sabe en dónde están y que son buscados en todos los lados. Miles de militares el día 16, cientos de miles desaparecidos desde hace más de 16 años por una guerra sin sentido que estamos padeciendo.

El mensaje que los escaladores de la Estela de Luz descolgaron duró expuesto desde el día 15 hasta que, eficientemente, las autoridades lo quitaron el día 16. Duró más tiempo que todos los gritos juntos, de todos los pueblos y ciudades de México. Así como desde lo alto se reclamó por los fallecidos, desde lo profundo de la tierra otro grito silencioso y sangriento clama no desde el cielo, sino hacia el cielo, clamando por justicia. El que tenga oídos para oír que oiga.

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