
El Mercadólogo
En marzo de 2020, sin que nadie pudiera prevenirlo, nuestro mundo dio un vuelco histórico. Lo que parecía una enfermedad focalizada en un par de puntos del planeta, de repente comenzó a expandirse rápidamente, obligando a los gobiernos de todos los países a tomar medidas radicales, aún en contra de sus propios intereses económicos. El confinamiento masivo, que duró algunos meses, forzaba a la población a quedarse en casa y no salir, excepto a los trabajadores esenciales o en caso de emergencias.
Los noticieros comenzaron a llenarse de imágenes inverosímiles: los monumentos y atractivos turísticos más importantes se encontraban completamente vacíos, muchas especies animales retomaron su presencia en hábitats que durante años habían tenido que abandonar por la presencia del hombre, actividades económicas que parecían fundamentales, como los deportes, de repente nos demostraron que no lo eran tanto, parando completamente todas las competiciones. Este tiempo de confinamiento hizo también que mucha gente se planteara cosas.
Al comenzar a retomar la rutina previa al confinamiento, primero en Estados Unidos y después en otros países, comenzó a darse un fenómeno conocido como la «gran dimisión». Millones de personas renunciaron a su trabajo. No se sabe exactamente el motivo, aunque es fácil imaginarlo: por un lado, personas que durante el confinamiento descubrieron que su vida no los hacía felices y necesitaban hacer un cambio drástico; por otro, gente que no estaba de acuerdo con las condiciones laborales que les ofrecían sus empleadores.
También comenzó a pesar la introducción del teletrabajo: el confinamiento demostró que muchos de los trabajos que parecía imprescindible tener que realizarlos en una oficina, se podían hacer desde casa, con los mismos resultados, o incluso mejores. Al salir del confinamiento, muchas empresas comenzaron a exigir a sus trabajadores la vuelta presencial, pero los trabajadores, una vez descubiertas las ventajas del teletrabajo, y, sumado al miedo existente al COVID-19, decidieron que era mejor dimitir.
Por otra parte, en las últimas semanas han salido algunos artículos en la prensa internacional que hablan de un nuevo movimiento laboral llamado «quiet quitting» o «renuncia silenciosa»: consiste en hacer lo mínimo en el trabajo, lo justo para no ser despedido. En general, son personas desmotivadas, sin ganas de crecer laboralmente, muchas veces sumergidas en ambientes tóxicos, limitándose a hacer exactamente sus funciones, pero ni un paso más, y centrando su vida en el tiempo que pasan fuera de la oficina.
Es cierto que no es reprochable esta actitud, ya que, no olvidemos que un trabajo es un contrato de intercambio, en el que una parte aporta una fuerza laboral a cambio de un sueldo. En este contrato queda especificado el salario exacto que se recibirá, y también las funciones, responsabilidades, horarios y demás condiciones a aplicar para el empleado. Pero también es verdad que el «quiet quitting» va totalmente en contra de la filosofía empresarial reinante en los últimos años, de esforzarse más, dedicar más horas al trabajo de las pactadas, asumir más responsabilidades, dar un paso al frente.
Estos cambios en el mercado laboral, cada vez con más fuerza en el primer mundo, aún no han permeado de manera masiva en México. Pero no podemos ignorarlos: no dejan de ser una tendencia a observar, y, sobre todo, a reflexionar sobre los motivos que las están propiciando. Son una manera de protestar, de decir que las condiciones laborales existentes son mejorables, y que es el momento de hablar sobre esas mejoras.
La «gran dimisión» y el «quiet quitting» no dejan de ser la semilla de una pequeña revolución. Hasta dónde llegarán, solo lo sabremos con el tiempo: puede que se queden en una anécdota, o que, como otras revoluciones del pasado, obliguen a mejorar las relaciones laborales. Por el momento, va ganando este segundo escenario, con cada vez más empresas adoptando flexibilidad horaria y teletrabajo en su oferta laboral.