Dos rosas diminutas

Dos rosas diminutas

LAGUNA DE VOCES

A Mariana, mi hija, le preocupan dos rosas pequeñísimas que cultiva desde hace semanas en macetas de similar tamaño. Sin ninguna duda afirma que son únicas, no por lo que dice Saint-Exupéry en El Principito, sino por la sencilla razón de que son de ella, y eso implica una responsabilidad única en esta vida, igual que la mía por ser su padre.

Si acostumbráramos cuidar de esa manera lo que decimos amar, seguramente otra sería la realidad que vivimos en el terreno particular y sencillo de la vida cotidiana. En el mejor de los casos se queda en simples palabras, o eventos esporádicos que nunca llegan a la constancia de quien cultiva una rosa.

Decimos que nos aburre eso del amor, porque seguramente hay cosas más importantes que hacer que cultivar, igual que la flor, un cariño que sin la posibilidad de la constancia tiende siempre a hacerse nada, y por eso existen tantos pobres seres humanos condenados a la infelicidad.

No hay, después de todo, responsabilidad más importante para los que tuvimos la dicha de aparecer en este planeta, que empezar a distinguir con claridad aquello que puede llevarnos a saborear la existencia, y lo que de plano nos lleva al puerto opuesto de la tristeza.

Si hablo de puertos es porque nada más cercano a la vida que el mar, y por eso pueden existir lugares donde llegan barcos de todos tamaños, algunos sin pasajeros, otros repletos de los que un día cualquiera se animaron a creer en la canción que cantan las olas, y la oportunidad de mirar la luna en medio de un océano.

Las ilusiones se cultivan, y si ni con eso logran convertirse en realidad, de todos modos tienen la virtud de hacernos seres diferentes porque permiten soñar y esperar que dentro de una botella tirada al mar, lleguen recados de seres luminosos que lograron construir nuevos idiomas para comprender lo que resulta imposible a través de lo que cotidianamente sabemos.

Cuando miramos que en cualquier jardín florece una rosa, es un hecho que alguien la cuidó, se preocupó por ella, la regó todas las veces que fue necesario, y esperó paciente a mirar que sus pétalos se abrieran. No es asunto de suerte, sino de constancia, la bendita constancia.

Todo necesita cultivarse y de este modo lograr no solo sobrevivir sino crecer, ser testimonio de que la guía fundamental del ser humano tiene que ver con el amor, la esperanza que es su fruto, la magia donde se le encuentra.

Nada crece sin cuidados, como no sea la mala hierba que carcome el crecimiento de las plantas coloridas. Por eso es retirada por el jardinero cuidadoso, y separa lo bueno de lo malo, hasta que logra cimentar en la tierra un sueño hecho rosas.

A Mariana le preocupan las dos flores que crecen a paso lento en macetas que de tan pequeñas parecen de juguete. Pero está decidida a lograr que cumplan muchos años, y la acompañen, y puedan iluminar su cuarto, de por sí único cada día que lo convierten en una tierra de sueños.

Cada uno de nosotros debiera tener la capacidad de cultivar el amor, porque no hay ocupación más preciada, más importante, más necesaria.

Y eso es de todos los días.

No de una vez al año.

Es constancia, constancia para cultivar la vida.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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