
ASUNTOS SOCIALES
Rached Musa aún cojea de una profunda herida en la planta del pie. Se la hizo hace unas semanas saltando la valla de Argelia a Marruecos. Luego, este sudanés de 20 años caminó tres días solo y perdido por el bosque hasta llegar a Oujda. Comienza la última etapa de su viaje hasta la ansiada Europa tras 5,000 kilómetros marcados por el sufrimiento.
Cada mes, entran clandestinamente en la ciudad marroquí de Oujda entre 100 y 150 migrantes a través de la frontera argelina, situada a tan solo cuatro kilómetros de esta localidad estudiantil en la esquina noreste del país.
Muchos son sudaneses, una comunidad nueva en Marruecos que protagonizó el cruce mortal del pasado 24 de junio a la ciudad española de Melilla. Fallecieron 23 migrantes en un intento que atrajo la atención internacional por las imágenes de subsaharianos heridos y muertos amontonados en el suelo.
Los sudaneses que malviven en las calles, puentes y parques marroquíes intentan digerir la muerte de sus compatriotas cuando se cumple un mes de la tragedia, que provocó la reacción de numerosas organizaciones pidiendo una investigación del trato policial. “Son demasiadas muertes”, dicen.
Desde hace un año, llegan de forma exponencial a Marruecos huyendo de la guerra en su país y buscan las vías más seguras para cruzar a Europa. Tras intentarlo por Libia y Argelia y sufrir allí cárceles y deportaciones inhumanas, ahora prueban por las ciudades de Ceuta o Melilla. Cruzar en patera, explican, es demasiado caro.
La mala experiencia libia es lo que, coinciden los sudaneses, les empujó a salir de ese país hacia Argelia, donde se encontraron con detenciones masivas y deportaciones a las fronteras de Níger y Mali, a miles de kilómetros. Eso les suponía dos meses más de camino para volver a subir al norte y muchos, cansados de la lucha, decidieron probar suerte por Marruecos.
Por eso, desde hace un año en Oujda empezaron a aparecer personas sudanesas en grupos numerosos. La asociación Ayuda a Migrantes en Situación Vulnerable (AMSV) fue la primera en dar la voz de alarma en septiembre de 2021, cuando dio cuenta de centenares en sus calles. Según sus cálculos, entre 3.500 y 4.000 han llegado desde agosto de ese año.

TUMBAS SIN NOMBRE.
La valla entre Marruecos y Argelia es a veces el final del camino de los migrantes, explica Chemlal, cuya asociación se dedica también a intentar identificar los cuerpos muertos en la frontera, traídos por el mar o fallecidos en otras circunstancias.
A la mayoría nunca se le consigue poner nombre, pero la AMSV mantiene una base de datos de desaparecidos y cada vez que encuentran uno, solicita parar su entierro y la remite a Fiscalía para cotejarla. Acaban de conseguir identificar a dos cuerpos de sudaneses que serán enterrados en los próximos días.
Repatriarlos a sus países, cuenta Chemlal, es una opción imposible, y lo que hacen es enterrarlos de acuerdo a los ritos del país, grabar la ceremonia y enviársela a la familia.
En el cementerio cristiano de Oujda, entre lápidas con nombres franceses o españoles, una esquina alberga a algunos de los que se pudieron identificar. En plena pandemia, cuenta la guardiana del camposanto, enterraron a un camerunés, y señala una tumba con un montón de piedras.
“NO VOLVEREMOS A ENTRAR CON FUERZA A MELILLA”.
“Son pérdidas muy grandes, han muerto muchos jóvenes, no vamos a volver a entrar con fuerza en Melilla”, dice sentado en la hierba Ayoub Abdellah, de 22 años, que fue uno de los primeros sudaneses en llegar al país magrebí en 2020.
Como los marroquíes, ellos hablan árabe y son musulmanes, lo que les permite acercarse a la sociedad. Pero a pesar de que las muertes cayeran de su lado, lo ocurrido en Melilla ha cambiado la manera en que los miran.
Lo explica en un café de Berkan Herman Mbatchou, camerunés del Movimiento Uplifted Africa (MUA). “Desde el asalto todo el mundo te llama sudanés. Hay caseros que han amenazado a inquilinos subsaharianos con echarles y por la calle te piden los papeles constantemente”, dice.
Según Abdeslam Amakhtari, presidente de la Asociación Tisaghnas para la Cultura y el Desarrollo y experto en migraciones, la reacción de los sudaneses se produjo fruto de la “desesperación” de no conseguir su objetivo de llegar a Europa, sobre todo “en personas que vivieron situaciones de guerra y no pueden volver atrás”.
El tiempo dirá si lo ocurrido el 24 de junio es un hecho puntual o una nueva manera de actuar a la hora de cruzar la valla, pero lo que es seguro es que los emigrantes seguirán intentándolo, de una manera o de otra. Porque, resume Ayoub, a lo que no renunciarán bajo ningún concepto es a su sueño: “Nos vamos a Europa cueste lo que cueste”.