Whisky in the glass

Whisky in the glass

Letras y Memorias

“Me queda la sensación de que algo me falta, no sé bien si seas tú o más alcohol…”
Charles Bukowski 

Nada hay en la taza que contenía café minutos atrás, nada hay en el cenicero en donde los cigarrillos murieron tras incesantes bocanadas que llenaron de un humo pesado la habitación… Nada hay en la página de las anotaciones, los borradores de frases no tan célebres, y los poemas basura que tienen tanta métrica como cualquier cosa escrita en la época de las Vanguardias. 

Nada queda, nada hay. Nada salvo un par de hielos en ese vaso elegante donde además, reposa algo de whisky escocés, reposo que sólo se ve interrumpido cuando los labios cansados de los diálogos del martes, buscan un poco de hidratación ante la sequía que azota al corazón, y de paso, al país.

Un golpe de especias y perfiles ahumados vibrantes, sacuden la cabeza y de paso van dejando un rastro de calor suculento por la garganta hasta la boca del estómago, donde, finalmente, muere ese destello de sabor, y a la par de ese acto, el pecho se acongoja recordando lo que un día fue y que mañana no será, o al menos no como la mente buscaba maquinarlo en todas esas noches de desvelos, de insomnio y el lastre de añorar estar en un punto diferente a la cama dentro de la habitación más recóndita de la casa. 

Luego entonces, con un nuevo sorbo al vaso, se inicia otra noche de esas pesadas, largas, largas como el invierno en el Polo Norte, y aunque a la distancia se escucha cómo las manecillas del reloj avanzan un segundo a la vez, el tiempo parece eterno cuando miras fijamente el whisky dentro del vaso, y notas que milagrosamente y pese a cada sorbo, éste no se acaba, como si de una fuente de vida eterna se tratase.

Ahí está: en la mesa frente a uno, al otro lado de un vacío que requiere apenas un salto de fe para ser atravesado como en aquella escena de “Indiana Jones y la Última Cruzada”, en donde Indi resuelve el gran misterio de la inmortalidad gracias a que halló el Santo Grial. Bueno pues, uno no poseé ese dichoso cáliz pero, cuenta en cambio con un vaso con whisky que parece inagotable ante la sequedad de la boca y de un corazón que extraña el apapacho de alguien especial… 

Fijamente la mirada se clava en el contenido del recipiente de cristal y entonces, de un sólo golpe, el cuerpo melancólico decide acabar con el sufrimiento y, así sin más, beber el vaso entero, con la esperanza de que en el proceso se termine la angustia de ver esa dosis de alcohol finiquitada, desvanecida en la boca con rumbo a la garganta y el estómago, dando una ligera caricia al corazón.

Con el vaso colocado de regreso en la mesa de centro, uno pensaría que acabó el show, que al fin se venció al bendito alcohol, pero alzando de nuevo la mirada y aún gozando el sabor de tan especial brebaje en el paladar, una lágrima recorre la mejilla diestra porque, sencillamente, aquel vaso continúa lleno, intacto, como si jamás se acabara el contenido; como si todo esto que se ha narrado, ya se hubiera repetido durante dos horas y con dos botellas diferentes, a la espera de una tercera, cuarta o quinta nueva misma historia. 

¡Hasta el próximo jueves!

Postdata: Se ha terminado el whisky, pero maravillosamente, algún Dios bondadoso de este Universo, me ha confiado que puede convertir el café en más whisky… 

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