Esperanza de la lluvia

Esperanza de la lluvia

LAGUNA DE VOCES

Celebro la lluvia por el recuerdo que trae a mis padres a la memoria. La justa alegría cuando el campo anticipaba que la cosecha sería buena para papá según me cuenta Beto, el hermano mayor, único acompañante y admirador presencial de su habilidad para lograr la siembra y pizca perfecta. Con toda seguridad mi hermano tiene en la memoria el rostro de nuestro origen, la sencilla paz y misericordia de mamá; la energía y pasión de padre por ver crecer el maíz. Todo eso se daba en temporada de lluvia.

Por eso celebro los días en que no deja de caer agua del cielo. Porque con certeza, hoy así lo creo, es bondad de los cielos y quien los tiene a su cargo, hacia los que tienen de primera mano una plática eterna con los malabares de las nubes, en estos tiempos que algunos decidieron modificar las épocas de lluvia y calor por ambición, omisión y falta de piedad.

También puede ser nostalgia por lo ido, lo que vendrá, lo que ya nunca llegará.

Sin embargo empiezo a creer con la fe de la confianza, que después de todo extrañar lo que fue ya es ganancia, igual ver con ojos iluminados el principio de los nuevos tiempos. Tal vez lo más trágico es pensar que algo deseado, añorado, simplemente se fue para siempre. Debe ser el principio de una edad ligada a la vejez, lo que hoy me hace ver la mayoría de las cosas con necia esperanza, y la seguridad de que es el principio de todo.

De tal modo que las mañanas, tardes y noches lluviosas tienen su magia, aunque estoy seguro que los habitantes de fraccionamientos inundados año con año, difícilmente compartirán esta aseveración. Pero también existe el tiempo, y el tiempo acaba por asentar el agua, la pena y los dolores.

Algo ha tenido siempre una tarde-noche que no deja de llover, porque nos guarecemos en las casas, miramos con insistencia las ventanas y de pronto se desata el espíritu de pensar en las personas que amamos, en los caminos recorridos para llegar a donde estamos. Si sonreímos, si damos gracias por la bondad de la casualidad, es muy posible que estemos a mano con la existencia. Si acabamos con los ojos llorosos seguramente no, pero también será ganancia reconocer que erramos el camino, que esperábamos algo más.

Ganamos el destino o lo perdemos por voluntad propia. Si un día de lluvia cualquiera descubrimos esta posibilidad, habremos ganado y mucho. Porque ya no seremos barquitos de papel en el canalito de la calle sin rumbo claro. Habremos asumido el mando.

Y en toda esta aventura de la existencia humana, el amor es la única garantía de que nos salvaremos de nosotros mismos. 

Nunca lo había visto de esta manera, que el amor traiga al corazón en épocas de lluvia la idea renovada de que todo ha valido la pena si en una tarde en que la lluvia no ha cesado, se pueda bendecir la oportunidad simple y sencilla de respirar el olor del pasto mojado, de la tierra. Igual que aquel personaje de la canción de Silvio, entonces saldremos a las calles y besaremos las flores, las manos, las ramas de los árboles, la lluvia acumulada en la cuenca conformada por las manos, la bondad de quién nos ha guiado con paciencia y absoluto desinterés hasta este momento en que por fin nos atrevimos a dar gracias por la vida, y a la vida por el amor.

Casi a las nueve de la noche el domo de cristal que hay en la casa no dejaba de tintinear por las gotas. Todos imaginan estar resguardados en casa, detallar los recuerdos, imagina lo imposible, soñar porque es la capacidad básica del ser humano.

Los primeros en llegar fueron mis padres. A papá hace mucho tiempo que no lo veo. A mamá a veces. No son fantasmas ni cosas por el estilo. Son reales, igual que cuando vivos, y escuchan. Padre habla poco como siempre. Madre es paciencia, lealtad absoluta al amor en que me ve igual al niño de seis o siete años que dejó cuando partió. Celebra de una manera única verme, escuchar que al fin entiendo el mensaje único, vital de su existencia cuando decidió dar su vida por amor.

Así que empiezo a comprender. Así que no hay otra vereda en el camino. Solo hay uno, y tiene que ver con iluminar los ojos aún en tiempos nublados, porque hay esperanza, fe absoluta, en que amar ilumine todos los senderos de la existencia.

Mil gracias, hasta mañana.

@JavierEPeralta

Jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

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