
RETRATOS HABLADOS
Dos semanas justo después de las elecciones para gobernador en Hidalgo, las aguas regresan a su nivel. Igual que todo en la vida, igual que todo en la muerte. Porque si algo nos muestra la carrera eterna por el poder, es que se trata de sobrevivir, algunas veces trascender en las mentiras que cada quien se crea, pero fundamentalmente sobrevivir lo más que se pueda en un mundo que apenas si reconocemos cuando la edad adulta, y empieza a entristecernos la inminente posibilidad de dejarlo cuando enfilamos al camino irremediable de la vejez.
Si, cuando estaba por terminar la universidad, hace ya demasiados años, alguien hubiera llegado para avisarme que, si Cuauhtémoc Cárdenas no resultaba presidente de la República, pero pasado el tiempo, mucho, otro que en ese tiempo apenas ponía en marcha su larguísima estrategia para lograr lo que el otro no, seguro hubiera festejado con la honestidad simple que nos daba la juventud.
Hoy no, porque los ideales se nutren fundamentalmente de sueños, nunca de realidades en que se asume la responsabilidad lamentable de luchas contra enemigos reales, el primero de los cuales resulta ser uno mismo; que sabe de los yerros que se cometen a la hora buena de guiar el poder por laderas de bondad, pero acaba, regularmente, en las veredas que tanto se odiaban del autoritarismo, la absoluta indiferencia al dolor ajeno, y la obsesión por, según uno, construir los ideales… de uno.
Nunca existirá la sociedad ideal, utópica, porque además para eso es una utopía. Existirán si acaso remedos, la mayor parte absolutamente contrarios a los que se pensaron, y todavía peor de los que se pretendía derrumbar, hacer cenizas, porque la realidad es canija, y más canija la necedad de creer en la simple voluntad, buena o mala, para alcanzarla.
Parece la historia del que busca un amor extraordinario para caer en la cuenta de que era más importante el camino que el destino, que siempre es mejor quedarse en el trayecto y nunca llegar a la meta, porque la meta con bastante frecuencia es desilusión, que transformamos en infierno.
A dos semanas de que en Hidalgo se decidió que era tiempo de decirle adiós a un régimen digno de la investigación arqueológica, para descubrir la razón de que sus bases duraran tanto, no se puede sino aventurar una oración sincera para que no suceda lo de siempre: que pasado un tiempo la gran manecilla del reloj regrese al mismo lugar donde estaba, pero todavía peor, con la desilusión y la certeza de que ya nada cambiará en términos reales, no al menos en el corto espacio de nuestra existencia humana.
Y de ninguna manera planteo que lo mejor es quedarse siempre con lo mismo, que vale más malo conocido que bueno por conocer. No, de ninguna manera.
Porque con toda certeza uno achaca a la vejez natural, a que la magia que de niños teníamos en las manos para creer en lo que se nos pegara la mano se nos acaba. No. Porque el tiempo es más claro en sus cosas que nadie, y coloca a todos en su lugar.
Mal haríamos en no cambiar, en seguir hasta la eternidad con la actitud fatua, soberbia de creer en la suprema trascendencia de nuestro existir como simples convidados a la cena del poder. En eso nos parecemos todos los periodistas, o muchos por lo menos: la absoluta creencia de que andar entre los que deciden la vida de miles de hidalguenses, nos otorga algo, la brizna del Mismo. Y no es cierto. Somos lo que somos, pero ejercemos el absurdo gusto de hablar casi en tercera persona de nosotros mismos, auto citarnos, re transcribirnos como si la intrascendencia propia de nuestro quehacer a alguien más le importara.
Ser convidado a la cena del poder es eso: ser convidado. Y confundir la magnesia con la gimnasia, provoca verdaderos trastornos mentales en los poderosos, cuantimás en los que andan por ahí, de simples convidados, regularmente de piedra.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta