Familia Política
“Soy una mala mujer: Porque no me dejo, porque no me quiebro, porque me sacudo las lágrimas y sigo para delante. Soy una mala mujer porque no nací sumisa, callada, quieta ni frágil, sino soberbia, entrona y estridente, porque cuando llego se nota y cuando me retiro, se siente”.
Anónimo
Estoy seguro de que un altísimo porcentaje de amigos y público en general, que me concede el privilegio de leer semanalmente estas modestas líneas, conoce la frase de quien se considera el creador de la Ciencia Política, el poeta florentino, Nicolás Maquiavelo. Originalmente, su obra, El Príncipe, iría dedicada a Juliano, hijo de Lorenzo de Médicis, pero su muerte prematura originó que el nuevo titular de la dedicatoria fuese Lorenzo, nieto de El Magnífico. El motivo de esa distinción es fácilmente deducible: conseguir un empleo por influencia de la poderosa familia ¿Esto ubicaría a Maquiavelo como un lambiscón de tiempo completo? Es cuestión de situarse en una circunstancia, que permanece hasta nuestros días. Hay quien piensa que detrás de letras como éstas, existe una intención mercenaria y no únicamente valores de amistad y convicción.
El fin de la política consiste en lograr el bienestar de la gente; es, por definición, una de las actividades superiores del ser humano. Lo he dicho y lo repito, cuando alguien afirma: “la política es sucia”, en realidad se debe referir a algunos políticos; porque aquélla es ciencia y arte que no puede reducirse a juicios de valor. Este mismo esquema de devaluación se aplica a los partidos; cuyo fin es la búsqueda pragmática del poder; en ellos, la pureza conceptual se degenera con la presencia de medios y miedos.
Para llegar a niveles de mando en las organizaciones políticas, existen varios caminos: el activismo individual dentro de los cánones estatutarios, lo cual se define como militancia. La disidencia suele acortar el largo periplo de la disciplina; esto es, obtener liderazgos tribales y hacerlos valer al interior de las instituciones, puede abrir espacios de facto en los estratos de dirigencia; el manejo de los medios masivos de comunicación tradicionales, así como todos los derivados de internet, pesan en las entidades políticas de interés público, cuya teleología es arribar a los espacios de gobierno; por eso, los periodistas son enemigos naturales de los enfermos de poder y de dinero. La amistad sigue siendo puerta principal de entrada (o de salida), quien unce su carro a la estrella de un amigo, compartirá con él (o ella) su éxito o su fracaso; no veo el mínimo asomo de lambisconería.
Los miedos son la última parte en la trilogía conceptual que enmarca el presente título, consustanciales a la naturaleza humana. Cuando la existencia transcurre en una grata zona de confort, inevitablemente se generan temores a lo desconocido. En política, éstos se presentan en forma directamente proporcional al diagnóstico y al pronóstico de una elección, más aún, cuando se trata de renovar al Poder Ejecutivo, en el lugar de residencia de quien ha hecho de su vida una profesionalización del servicio público.
Los miedos, en la gente de carácter, siempre son susceptibles de superar, con base en la voluntad y la confianza en uno mismo (a). Algunos de ellos son: el desempleo; uno de los más angustiosos fantasmas que puede vislumbrar un trabajador; la inseguridad laboral desestabiliza a cualquier jefe (a) de familia; la sobrevivencia de los suyos es vértice en su tabla de valores; cuando alguien atenta contra su empleo, siembra odios imborrables, deseos de venganza. Otro, es la consciencia de las propias limitaciones para desempeñar un cargo y/o la carencia de relaciones para adquirirlo, más aún en esta época post pandemia, llena de incertidumbre. El género suele ser una fuente de miedos o una capitalizable oportunidad. En una sociedad misógina, que en pleno siglo XXI aún se atreve a decir que Hidalgo no está preparado para que lo gobierne una mujer (expresión vergonzosa no solamente para el sexo femenino, sino para los hombres que creen en la verdad de este absurdo). Reitero mi credo personal: he trabajado muy cerca de algunas de las mujeres más valiosas de México (Silvia Hernández, Julieta Guevara, Rosario Guerra, Socorro Díaz, Yasmín Esquivel Mossa, Carolina Viggiano…) aprendí a mirarlas con respeto y admiración.
Otros miedos son: ser demasiado joven; aunque esa enfermedad se cura con el tiempo; ser demasiado viejo; recordemos que las grandes construcciones también requieren de cascajo en sus cimientos; lo que no se vale, es perder la dignidad, hacer el ridículo o concebir aspiraciones que ya quedaron en el pasado. El miedo a que se divulguen secretos personales o patrimoniales que sean verdaderos cadáveres en el clóset y puedan destruir una frágil fama de honestidad y decencia. El miedo a perder amigos, porque ellos le fueron “al bueno (a)” y yo “al malo (a)”; en fin…
Considero que el único miedo comprensible en la ética de un político (a) profesional, debe ser ganar ¡Sí, ganar! baste recordar a aquél viejito que no se le declaraba a una muchacha, por miedo a que le dijera que sí.
Prisciliano Gutiérrez.
Abril del 2022.