
PEDAZOS DE VIDA
I
Cuando la ambulancia llegó, el hombre estaba tumbado en el piso, su hermana le apretaba el oído para evitar que la sangre: continuara cayendo en el suelo, continuara manchando su ropa y continuara llevándose la vida que aún tenía el cuerpo. Los movimientos hechos por inercia, le salvaron la vida a su hermano, pero las voces que él seguía escuchando no lograron salirse por la herida, tuvo que aprender a vivir con ellas y con un oído menos.
II
-¿Vas a querer café?- preguntó la anciana desde un rinconcito muy oscuro de la cocina.
-No gracias- respondió el visitante de la casa mientras se acercaba para ver el rostro de la amable mujer.
Pronto el joven decidió que era mejor aceptar una taza de café, aunque realmente nadie volvió a ofrecer. Se acercó a la estufa, tomó un poco de café perfumado con canela y no necesitó más azúcar que el piloncillo que ya tenía la bebida.
Cuando la amiga, que lo había invitado a visitar su casa, entró a la cocina, vio la palidez de su rostro, y tras contar la historia, ella supo que su difunta abuela le había mostrado al que sería su esposo unos meses después…
III
Así tiene que ser, uno dice que sí, trata de no meterse en asuntos ajenos, la gente habla y habla y habla, y no se cansa de hablar, y dicen de una y mil veces la misma historia. De nada sirve emitir una opinión, ya que aunque sea ligeramente contraria a lo que se dice, es aplastada por la terrible verdad que algunos utilizaron como piedra angular para construirse un castillo habitado por su absoluta razón.
Entonces uno deja que como el río, esas voces fluyan. No necesitamos que sean apagadas, ¿para qué?, basta con que fluyan, con que digan lo que creen que tienen que decir, y al final un gesto adecuado, una fina retirada o una cortés despedida es suficiente. Hay voces que no se pueden apagar, pero eso no quiere decir que lo que emiten esté encendido. Hay voces que no se pueden apagar porque aunque suenen han estado apagadas siempre.