La esperanza viste abrigo azul marino

La esperanza viste abrigo azul marino

LAGUNA DE VOCES

Siempre las he visto, me digo, y acabo por tranquilizarme si atrás de la fuente del jardín reaparece la mujer con abrigo azul marino que trae de la mano a una niña de pelo corto, ojos grandes que se iluminan cuando hay luna en esta temporada de calor. La bondad de las dos ha sido una constante desde que la vida se deja caer en el ánimo y hace que uno se ponga triste, cargado de malos presagios y todo eso que atraen los que, pese a todo, miran la existencia con la absurda certeza de la calamidad.

Sin embargo, cuando las veo, a la mujer y a la niña, renace la esperanza en que podemos ir en el autobús, o trenecito, al que le cantaba mi hija en el kínder, y se reía con tanta alegría, que recordarla cuando cantaba, “por la carretera voy, muy feliz en mi autobús…”. Autobús o trenecito que conduce a un lugar iluminado porque somos nosotros, los que se sorprenderán cuando, llegado el momento, descubramos que no era tan terrible y horroroso ese destino, y del que solo sacábamos absurdas conjeturas, desde las que dan miedo, a las que nos hacen a un lado, sin recuerdos, sin historia, sin esa alegría que nos transformaba, aunque por minutos, en los seres más dichosos del universo.

A todos nos acompañan fantasmas de los que con frecuencia olvidamos sus nombres, pero son fieles, únicos, sensibles para llegar y calmar las ansias del dolor, ungir en la nuca su bálsamo de la tranquilidad, la que todo el tiempo buscamos y todo el tiempo perdemos.

Nada desaparecerá, ni te preocupes, la historia que empezó, que empieza a cada momento no se detiene, es continua, es como un río que te lleva, te trae de regreso, te traslada a una nueva oportunidad, una eternidad que no se hace tal, porque crece contigo.

No, está claro que ni la mujer ni la niña me dijeron nada, pero quise pensar que así era. Tanto que lo creo, que estoy cierto que de alguna manera platican si logramos comprenderlas.

Ahora la luz se apaga porque la fotocelda hace que parpadee y luego el jardín se quede a oscuras. Pero están ahí, amigables como cuando las veía en la otra oficina que no daba a ninguna parte, y sí en cambio llegaba al punto de congelación, más escenario para asuntos de aparecidos malévolos, pero no, nunca tuvieron esa intención y mucho menos provocaron esa sensación.

Todos contamos con esa ayuda, que por desgracia algunos solo hacen realidad cuando llega casi el momento de la despedida, pero estoy seguro que las condiciones han cambiado de una manera clara, y ahora es posible pedirles con cariño, con amor, que de vez en cuando nos den una vuelta para saber que están con nosotros, al pendiente, porque nos hacen falta siempre.

Dejó de parpadear la luz y otra vez se escucha la caída del agua en la fuente, el murmullo de los autos que pasan al lado, la sensación de que por fin es posible saber algo del destino, y por lo tanto no esperar sino la bondad de las dos aparecidas, la mujer y la niña, siempre con abrigos azul marino y sus miradas piadosas.

Ha sido una tarde de calor.

Se despiden, estoy seguro que sonrieron, que levantaron la mano y dijeron hasta pronto, siempre que sea necesario.

Y eso reconforta, hace de la noche calurosa un manto pleno de esperanza.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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