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De paranoias y conspiraciones

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De paranoias y conspiraciones

El Mercadólogo

Me van a permitir, queridos lectores, que comience mi columna nuevamente con el tema de los hechos acontecidos en el estadio de La Corregidora, de Querétaro, el pasado 6 de marzo. No he parado de leer en redes sociales diversas teorías acerca del origen de estos hechos: si la barra local había tendido una trampa a los visitantes, si estaba coludido el crimen organizado, si estos hechos fueron organizados desde instancias gubernamentales de alto nivel, si hubo decenas de muertos y el gobierno los está ocultando, si no murió nadie y ha sido más la alarma social. Desafortunadamente, creo que nunca se sabrá la verdad, ya que, independientemente de los resultados oficiales que arrojen las investigaciones, siempre habrá alguien que crea que son mentira.

No los culpo: en un país donde estamos acostumbrados a que nos mientan, cualquier versión oficial por parte de las autoridades merece, al menos, ponerse en tela de juicio. Al menos a mi generación le ha costado mucho creer que un candidato a la presidencia nacional dio tres giros, dos volteretas y cuatro saltos en el momento que le dispararon, o que el sistema electoral dejó de funcionar en el momento más trascendental de unas elecciones, pero que minutos después volvió a estar operativo, con un cambio de tendencia en los resultados. 

Estos hechos, y muchos más, inevitablemente nos hacen creer cada vez un poquito más en las ideas de la paranoia y las teorías de conspiraciones mundiales secretas. No estoy diciendo que hay que creer todo lo que nos dicen, pero creo que muchas veces no somos capaces de frenar esas conspiraciones en nuestra cabeza, aunque nos pongan las evidencias enfrente. Volviendo al caso inicial, por usarlo de ejemplo: para los que creen que hubo muertos en La Corregidora, la única prueba válida sería que las autoridades les dieran la razón. ¿Y si de verdad no los hubo? No habrá manera de convencerlos, ya que en este caso la prueba es, precisamente, la falta de pruebas.

Además, este mundo en el que las nuevas tecnologías, las redes sociales y la comunicación son cada vez más rápidas, también hacen que sea más fácil manipular la información que recibimos. Todos, o la mayoría, tenemos una cámara en el bolsillo, pero no por eso los vídeos que nos llegan son auténticos. Cualquiera puede tomar una imagen antigua, reenviarla a sus contactos diciendo que eso está sucediendo en este momento, inventarse los motivos por los que se está dando, y crear un bulo. Si ese bulo ayuda a reforzar una creencia, inmediatamente la gente tendrá la tentación de reenviarlo, generando así mayor desinformación.

Creemos en las conspiraciones porque necesitamos darnos una explicación de lo que sucede a nuestro alrededor, y si las respuestas que encontramos no nos satisfacen por completo, seguimos buscando hasta encontrar la solución más acorde con nuestro sistema de creencias. Sin embargo, en esta búsqueda, debemos tener mucho cuidado sobre las fuentes utilizadas. Cualquiera puede crear una web, un blog, un perfil de redes sociales, escribir sobre cualquier tema como si fuera conocedor del mismo y generar confusión, ya que lo que tendremos ahí plasmado será una opinión, no un hecho contrastado.

Es importante, en el momento de utilizar una fuente de información, investigar también la metodología utilizada para obtenerla. Realizar una encuesta entre unas cuantas personas del mismo entorno, con la misma manera de pensar, el mismo sistema de valores, seguramente arroje un resultado que no tendrá ningún parecido al momento de ampliar la muestra. Si preguntamos a las 100 personas más ricas del mundo su opinión sobre el transporte público, seguramente las respuestas sean muy diferentes a si se lo preguntamos a 100 usuarios habituales de dicho servicio. Los resultados no serán mentira, por supuesto, pero habría que ponerlos en contexto para poder utilizarlos.