
LAGUNA DE VOCES
La luz parpadea. Es una estrella porque desde la primaria fue una de las pocas cosas que aprendimos en asuntos de astronomía, y los planetas no se prenden y apagan, simplemente hacen de espejo al gigantesco reflector que los ilumina, igual que las lunas.
En las noches, cuando el cielo está despejado, miramos y comprobamos que, si están vivas o muertas desde hace miles de años, importa poco, porque de alguna forma nos traen noticias de lo que fueron, de lo que tal vez ya somos para los que habrán de nacer en una galaxia tan lejana como un millón de años luz, donde mirarán que los terrícolas no cambiaron nunca, y lo confirmarán con una lucesita que estalla en el país invadido de estos días por los rusos, los gringos y secuaces, en fin, todos los que buscan sacar provecho de la lucha por la “libertad y la democracia”.
Pero eso es asunto de los eternos discursos, de los que han hecho creer a todos la vieja historia de que el uno prepara la agresión al otro, y el otro prepara la defensa contra el uno. Nadie quiere guerra, pero al final del día los únicos que verdaderamente no la quieren son los que la padecen sin saber por qué, con qué motivo, para qué.
La luz parpadea. ¿Pero qué tal si deveras no es una estrella, sino un planeta en guerra que se prende y se apaga a fuerza de puros bombazos, a fuerza de la destrucción masiva que de pronto enciende la mota de polvo, y en milésimas de segundo del tiempo universal acaba su efímera gloria que casi hace confundirlo con estrella?
¿Qué tal si en ese nacimiento infinito del universo son otras Tierras las que se esfuman para siempre, en la eterna y constante historia de sus habitantes que nunca comprendieron su papel de simples seres mortales, para insistir en su calidad casi divina?
Con toda seguridad desde hace mucho que fuimos vaporizados por las bombas termobáricas, unas Made in USA, otras Made in Rusia, y al no darnos cuenta de esa desaparición tan apresurada, seguimos con la idea de que podemos mirar el cielo nocturno y saludar a los que se despiden en un abrir y cerrar de ojos, tal como la risueña mirada de los astros que explotan y se hacen nada.
Es una lástima que nada se salve en esta eterna invocación de la muerte porque nunca hemos aprendido a vivir, y con pasos agigantados nos convertimos en expertos de la destrucción.
Mirar el cielo y pensar que el firmamento es una historia constante de nacer, crecer, reproducirnos y morir, debiera no amargarnos, pero no es así, porque a cada rato surge la necia vocación de los quieren ser eternos, no viejos sino eternos.
A ciencia cierta harán falta grandes telescopios para volver a comprender si lo que se prende y apaga allá a lo lejos, es una estrella, o un planeta que, a punto de morir, lanza las últimas luces de su historia, tan inútil y diminuta, como la sinrazón de los que apuestan a la destrucción como único camino a la sobrevivencia.
A lo mejor tienen razón.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta