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INFILTRACIÓN Y GUERRA SUCIA

Maurice Joly fue un escritor satírico que, allá por 1864, publicó su Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Fue arrestado por “incitación al odio y al menosprecio del gobierno”. Los conservadores lo atacaban y para los liberales era un estorbo. En 1878 se suicidó. El libro citado influyó en la obra antisemita “Los Protocolos de los Sabios de Sion”, en lo referente a la naturaleza humana y las formas de manipular a las masas por la atracción del dinero, la libertad y del poder. Según Los Protocolos, la política es una conspiración judía que pretende dominar a todo el planeta.

Recientemente, el periodista Carlos Puig me hizo recordar ese diálogo, en el cual se confrontan (obviamente en ficción) dos personalidades excluyentes, aunque igualmente trascendentes en la historia universal de las ideas; por un lado, Maquiavelo, el burócrata pragmático, inescrupuloso, perverso, servil… quien practica y recomienda una política de resultados: “El fin justifica los medios” pontifica. Por otro, Montesquieu, quien creó y encarnó “El espíritu de las leyes”; aunque influido por el Liberalismo inglés, centró la fuerza de su pensamiento en explicar el Principio de División de Poderes, como una manera de evitar el Absolutismo, ya que ”El Poder detiene al Poder”.

En esta confrontación, el Maquiavelo de Joly afirma que “en los países parlamentarios, los gobiernos son víctimas de la prensa; por lo tanto, deben buscar la posibilidad de neutralizarla por medio de la prensa misma… mi gobierno se hará periodista; dividiré a los periódicos en: leales a mi poder (me defenderán hasta la ignominia); oficiosos, los cuales tendrán la misión de ganar para mi causa a la masa de seres “tibios e indiferentes, que aceptan sin escrúpulos lo que ya está constituido… Pero los verdaderamente ligados a mí, tendrán una cadena visible para unos e invisible para otros; contaré con un órgano fiel en cada opinión, en cada partido; por ejemplo, un órgano aristocrático en el partido aristocrático; uno republicano en el republicano; otro en el partido revolucionario y uno más en el anarquista… Como el dios Vishnú, mi prensa tendrá cien brazos que se darán la mano con todos los matices de opinión. Pertenecerán a mi partido sin saberlo; creerán hablar su lengua, cuando en realidad, hablarán la mía; quienes crean en su propio partido comulgarán con el mío y los que pretendan marchar bajo su propia bandera, en realidad, estarán reverenciando a la mía”.

Los infiltrados (topos), están presentes en todos los tiempos y espacios: “quien tiene la información, tiene el poder”. Los tiempos cambian, las redes sociales vinieron a revolucionar, a romper muchos de los esquemas tradicionales; ahora, cada sujeto armado con un celular es, en acto o en potencia, un periodista. Aunque parezca contradictorio, la capacidad de infiltración disminuye y la posibilidad de anonimato aumenta. Prácticamente inmunes, los “informadores” pueden volverse “desinformadores” con gran facilidad; cualquier persona con conocimientos básicos de lecto-escritura y computación, intentará tapar una información que no le guste, mediante la fabricación de “noticias”, la tergiversación de hechos, los fotomontajes y mil artimañas tecnológicas, cuyo objetivo para fines del presente análisis es calumniar, ensuciar, difamar… la imagen de aquéllos que representen un riesgo para quien pretenda alcanzar o conservar el poder. Desde la rudimentaria política del pueblo chico, donde el infierno es grande, hasta las más altas esferas, por un lado, ciertos medios pierden credibilidad y, por otro, crece la influencia de panfletos, pasquines, memes y otras publicaciones anónimas que llenan de mugre y oprobio, a una actividad que debe ser superior, por esencia: la Política.

Reitero mi respeto a los periodistas profesionales, serios y con valor para decir su verdad en cualquier foro y a cualquier precio.

El diálogo entre Maquiavelo y Montesquieu no termina ni terminará: Joly ubica a los dos en el infierno. Desde su punto de vista, ninguno merece el cielo. Quienes aún creemos en “El Deber Ser”, al margen del pragmatismo, somos vistos como ingenuos, románticos, fuera de la realidad… pero, por la propia salud de La República y de nuestro pueblo, las cosas deben cambiar. Cuando no hay información confiable, crece el rumor en todas sus manifestaciones. Las personalidades públicas, particularmente quienes buscan cargos de elección popular, no ven que su personalidad se escudriñe de manera equilibrada, con la expresión dialéctica de virtudes y defectos; deben sumarse sus capacidades potenciales para gobernar, sin restar otras por culpa de sus ancestros y sin sufrir los ataques personales que con saña inaudita, disparan desde las sombras (o por lo menos eso creen), quienes no son capaces de mostrar superioridad o mayoría de razón, mediante el debate y la libre confrontación de ideas con respeto y con altura de miras.

Diego Fernández de Ceballos, personaje con quien tengo más diferencias que coincidencias (es, sin embargo, un hombre que merece mi reconocimiento) escribía hace poco unas palabras que hago mías: “Jamás he dado lanzada por la espalda a nadie, así se trate de un truhán en fuga; tampoco he afrentado a los familiares de mis adversarios políticos. Hacerlo sería depravado y protervo”.