De verdades y mentiras
- Tarde o temprano, la verdad suele salir a la luz, mostrando la realidad de los hechos
En estos días hemos asistido a dos casos internacionales bastante mencionados, en los que no haber dicho la verdad está metiendo en problemas a sus protagonistas. Por un lado, un tenista de bastante fama, tanto por su forma de juego como por sus controversias generadas fuera de la pista, ha sido deportado de Australia por, entre otras cosas, haber mentido en su formulario de acceso al país. Por otra parte, durante esta semana se han dado a conocer una serie de fiestas a las que asistió el primer ministro de Reino Unido, mientras el resto de la población tenía que mantenerse en confinamiento domiciliario estricto. Además, según se ha podido saber, dichas fiestas se realizaron sin ningún tipo de medida anti-covid.
En ambos casos, sus protagonistas han puesto sus intereses personales por encima de la verdad. Y aunque en ambos casos su comportamiento es reprobable desde cualquier punto de vista, creo que todos nos hemos escandalizado por sus acciones, sin mirarnos en un espejo y preguntarnos cuántas veces hemos hecho lo mismo: decir una mentira, por pequeña que sea, con tal de obtener un beneficio.
Pero, como la prensa nos ha podido demostrar en esta semana, las mentiras tienen poco recorrido. Tarde o temprano, la verdad suele salir a la luz, mostrando la realidad de los hechos. El mecanismo es muy simple: para poder mantener oculta una mentira, hay que decir otra, luego una más, hasta hacer una telaraña de engaños. Después, con rascar un poco en alguna contradicción, se caerá todo el sistema construido, como un castillo de cartas.
En el mundo de la mercadotecnia sucede lo mismo. Un anunciante puede mentir sobre los beneficios de su producto, ya sea de forma abierta y descarada, o bien de una manera sutil. Puede generar unas expectativas en sus futuros clientes acerca de lo que pueden obtener si compran su producto, o del funcionamiento de este, o acerca de los servicios a los que se puede acceder al firmar un contrato con la empresa. Incluso puede que la gente lo crea.
Sin embargo, tarde o temprano, los consumidores se darán cuenta de la mentira. Porque puede que compren una vez un producto, incluso dos o tres, pero en el momento que se den cuenta de que lo que les habían prometido no es realidad, inmediatamente dejarán de comprar dicho producto. O dejarán de contratar los servicios prometidos, viendo que no se adecúan a sus necesidades. Si lo hace uno, no es una gran pérdida para la empresa, pero si lo hacen muchos, la mayoría, el anunciante se verá abocado a mermas económicas significativas.
No solo eso: en el mundo actual, donde vivimos hiperconectados y donde las opiniones de particulares pueden difundirse de una manera cada vez más rápida, gracias a las redes sociales y a los portales donde podemos calificar las transacciones realizadas, estas mentiras son cada vez más fáciles de detectar. Actualmente, todos o la gran mayoría, revisamos las opiniones sobre los sitios para vacacionar, o sobre los vendedores de determinados productos, o incluso sobre los espectáculos que queremos ver, para comprobar que están a la altura de nuestras expectativas.
Estos mecanismos también pueden generar un daño hacia la reputación del anunciante, ya que no siempre estas opiniones suelen ser emitidas de forma honesta. Hay gente que, con afán de dañar la reputación de un negocio, escribe experiencias ficticias negativas. Para comprobar si es verdad, no hace falta más que leer el resto de las opiniones, y así veremos si fue un caso aislado o es una constante por parte de la empresa.
Al final, como dice el dicho popular, «las mentiras tienen las patas muy cortas».