Nunca regresar a “la normalidad”
No pasa día sin enterarnos que familiares, amigos de universidad, de trabajo, se contagiaron de la variante Ómicron del Covid-19. Esta ocasión vemos como irremediable que los próximos seamos nosotros, aunque eso sí, optimistas porque las mismas autoridades que hace dos años nos aseguraron que no pasaría nada, que podíamos ir a reuniones y fiestas, que con un escapulario lo que el viento a Juárez nos haría el virus, hoy dicen lo mismo. Da terror ver que se repite la escena, aunque a manera de consuelo y esperanza nos decimos que sí, que sí tenemos las dos dosis de la vacuna y el refuerzo, prácticamente resultamos ser invencibles.
La vida tiene que seguir, se dice siempre en el sepelio (cuando los había) de una persona muy cercana y querida, a fin de animar al que se queda en vida con el recuerdo, el dolor, la absoluta tristeza. “La vida tiene que seguir”, es cierto, pero desde hace más de dos años no ha podido hacerlo en todo el planeta, y justo cuando se empieza a ver una luz al final del túnel llega, puntual, el virus con un nuevo rostro. Pareciera que un día cualquiera nos quedamos atorados en una carretera que nos hace dar vueltas y vueltas sin destino alguno.
Es evidente que la dichosa “normalidad” nunca regresará, porque quien perdió a un familiar, a un ser amado, sabe que algo se quebró de la vida cotidiana y sencilla en que nos creíamos inmunes a estas desgracias. La desaparición repentina de quien siempre contestaba el mensaje, la llamada telefónica, nos hace creer incluso que sigue ahí, en su despacho, en su consultorio, en su centro de trabajo, y que cuando marquemos su número dirá como siempre, “bueno, ¿qué pasó carnal?, ¿cómo estás?”.
Esta pandemia interminable nos ha hecho entender que despedirse, despedir a quien se va, no solo es asunto de educación y respeto a los ritos, sino una necesidad fundamental de todos los seres humanos para cerrar un ciclo fundamental en que podemos decirle que tenga buen camino, que regrese a la Casa del Padre con nuestros mejores deseos, y que, más temprano que tarde, nos volveremos a encontrar.
Pero no se pudo. De pronto se esfumaron, se hicieron polvo literalmente para evitar más contagios. Desaparecieron pues, en un país donde la delincuencia lleva un récord en esos menesteres, muy similar al virus despiadado.
Ahora todos, o casi todos, habremos de contagiarnos. Queremos creer que, vacunados y con el refuerzo, nada nos pasará, como no sean las molestias de un catarro. Queremos siempre creer.
A todos deseamos que así sea, que en pocos días estaremos de nuevo en circulación. Que así sea, que así sea para todos, porque ya ha sido mucho sufrimiento, mucha pérdida, mucho dolor.
Hay también los que insisten en no vacunarse. Allá ellos, cada quien elige la forma en que se despedirá de estos paisajes de la vida. Pero también elegimos, sin duda que lo hacemos, si los queremos cerca o lejos.
En fin.
A todos les deseamos con sincero cariño, que puedan salvar estos, que esperamos sean los últimos obstáculos y trampas de una pandemia, que se ha prolongado un tiempo que nadie hubiera sospechado.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta