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RETRATOS HABLADOS

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* Gerardo  Sosa, el poder

 

Tiene y no razón el presidente del Patronato Universitario, Gerardo Sosa Castelán, al asegurar que dar su apoyo moral al Partido Movimiento Ciudadano no hace partidista a la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

            La tiene porque en el terreno de una realidad ideal, su opinión como funcionario que en términos reales debería estar abajo del rector, Humberto Veras Godoy, de ningún modo comprometería a la institución educativa.

            No la tiene porque nada se mueve en la UAEH desde hace 34 años sin la aprobación de Sosa Castelán, quien ejerce la autoridad máxima incluso con derecho a la designación de rectores a través de un Consejo Universitario bajo su control absoluto.

            De tal modo que una opinión del personaje citado compromete no solo al aparato de gobierno universitario, sino a la institución en su totalidad.

            Sin embargo tampoco es asunto de poner el grito al cielo, aunque sí es preocupante la eternización de una sola persona como dueño de los destinos de la institución más importante en materia educativa del estado de Hidalgo.

            Sosa Castelán representó, sin duda alguna, el momento crucial en que la UAEH se transformó de ser una institución pueblerina y sin presencia nacional, en lo que es hoy, una de las mejores del país. Su crecimiento exponencial en el sexenio del ex gobernador Murillo, con quien guardó una estrecha amistad hasta el rompimiento por razones estrictamente políticas, logró cimentar la imagen de un personaje del ambiente educativo y desterrar la de aquel que comandaba grupos porriles.

            Llegó sin embargo el momento en que el poder y su posesión de manera obsesiva, derivó en una especie de semidictadura al interior de la universidad, de donde se dio a la tarea de correr a cuanto investigador, profesor o quien se cruzara en su camino representara un riesgo al eterno gobierno que había instaurado en lo que decidió considerar su posesión.

            Pasó a convertirse en lo que combatió con intensidad cuando era el gobierno estatal quien decidía los procesos de sucesión en la rectoría, con la idea siempre recurrente entre quienes se eternizan en el poder ,de que su salida implicaría la caída de todo por lo que habían luchado. El síndrome de sentirse imprescindible, único, cancerbero de la perfección alcanzada por lo que construyó.

            Este síndrome llega a complicar un paso justo y bien ganado a la historia, a veces incluso lo destruye. No saber soltar las riendas a tiempo, no tener la capacidad de observar un escenario sin su presencia como director, echa por tierra lo que alcanzó a edificar.

            No es un mal único o exclusivo de un personaje como Sosa Castelán. Es una constancia, un lugar común al que llegan casi todos los políticos, que lejos de acotar su poder, su ejercicio absoluto del mismo, buscan llevar a otras esferas lo que están convencidos es la mejor alternativa ya no para una institución educativa sino para todo el estado, y por qué no, el país mismo.

            Y así se dan a la tarea de jugar juegos que solo ellos se creen, a utilizar para sus objetivos que siempre verán justificables, el aparato de poder con que cuentan y negarlo públicamente.

            Incluso a dirigir sentidos mensajes contra los que se eternizan en el poder, sin mirar hacia adentro y descubrirse como palabra última y definitiva en la UAEH desde hace más de tres décadas, y las que se acumulen.

            Mal haría en catalogar al personaje citado como un mal endémico para nuestra Máxima Casa de Estudios, porque no es así.

            Logró llevar a su nivel más alto en lo académico y en infraestructura a la universidad. De eso no hay duda.

            Pero igual que todos, un día cualquiera se dijo que para garantizar ese trabajo sería menester declararse amo y señor vitalicio de la institución educativa, y catapultar un proyecto político desde esa estructura sin el menor rubor, que además él creo con sus propias manos.

            Es decir la enfermedad de siempre de todos los políticos, la obsesión por el poder de la que nadie está a salvo.

           

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

            Llegó sin embargo el momento en que el poder y su posesión de manera obsesiva, derivó en una especie de semidictadura al interior de la universidad, de donde se dio a la tarea de correr a cuanto investigador, profesor o quien se cruzara en su camino representara un riesgo al eterno gobierno que había instaurado en lo que decidió considerar su posesión.