Carta a Neruda

HOMO POLITICUS

 

Agónico y aquejado por el cáncer Neruda mira desde su ventana las Calles de Santiago ensangrentada. Se ha perdido la razón en Chile, el militarismo toma la vida, pensar y disentir el régimen castrense está prohíbo, el poeta llora lágrimas de sangre.

 

Desde su poema “tiendo mis tristes redes a tus ojos oceánicos”, Neruda escribe su epitafio, sabe que la dictadura acabará con la poesía, con el arte, con la ciencia y la conciencia, la bota militar se cierne sobre su tierra, se enquista en la maldad y está dispuesta como carniceros al charqui, se negaran incluso, la esencia de la patria para explotar a los que menos tienen.

 

Neruda recuerda a los mineros con los que desde la fragilidad del socavón de carbón y polvo negro, veía los rostros dantescos de hombres que le arrancaban a la tierra el calor de las chimeneas de los hogares; en ese socavón de carbón y muerte, Neruda lloró sus primeras lágrimas, siendo un joven entendió el esfuerzo humano y su explotación, comprendió que desde el inframundo se teje la crueldad.

 

El poeta recorre su larga y angosta tierra, desde la pampa hasta la Patagonia, contempla las araucarias que estuvieron antes de que los criollos crearan su Chile, contempla la majestuosa cordillera nevada y desde su esplendor mira hacia ese Santiago desolado en ese frío invierno.

 

En las calles de Santiago los tanques asoman con su estela de terror, el crimen, la tortura y los campos de concentración se multiplican mientras el mundo lo ignora o desea ignorarlo, pocas son las voces que se yerguen para denunciarlo, desde México los estudiantes de la UNAM hablan de la barbarie encarnizada en Chile, donde la dictadura trae la noche y el silencio, donde la muerte recorre ese aire que algún día fue límpido y hoy se tiñe de rojo.

 

Pinochet se esconde, se enclaustra en la metralla, sabe que el poeta como tantos otros chilenos lo desprecian, sabe y lo sabrá hasta su muerte que no se pueden ocultar los cadáveres en closet, pero mucho más importante, sabe que es un criminal y que ello nada lo puede cambiar.

 

El poeta mira y llora la muerte de su amigo, aquel que leyera sus verso con la melancolía de la pampa y con la ternura de la Patagonia, el poeta sufre cuando escucha las palabras de su amigo “tengo fe en Chile y en su destino, superará otros hombres este momento gris y margo donde la traición pretende imponerse”; el poeta escribe su epitafio: “Hoy la vida se ha negado en La Moneda, mañana se negará en todo Chile”

 

Related posts