
Días de alegría, pese a todo
A pocas semanas de la Nochebuena siempre me prometía recuperar la maravillosa seguridad de que la magia existe, y que por lo tanto, la vida por la que transitamos todo el año no debe ser tomada muy en serio, porque hacerlo nos reduce a simples mortales que no han logrado entender el espíritu real de la existencia. Al pasar de los años se pierden y se ganan muchas cosas, supongo que las menos elementales son las que un día cualquiera dejan de existir, no así las vitales, las sustanciales, las que logran explicarnos la razón de vivir.
Cada cual guarda en el corazón y la memoria aquellos instantes, únicos por supuesto, en que tuvimos la certeza absoluta de que la felicidad puede convivir con la rutina de todo el año, porque la ilumina, la hace única y por lo tanto deja de ser eso, rutina.
Hasta cierta edad la celebración de la Nochebuena y la Navidad eran un rito mágico en que conjurábamos la tristeza, porque estábamos ciertos de que al otro año estaríamos de nueva cuenta los mismos, sin el peligro que trae la vejez de que uno tenga la tentación de desaparecerse.
Ahora no estamos tan seguros, porque la enfermedad decidió desde hace dos años, elegir estas fechas para untarnos en la cara la seguridad de que, lo único seguro, es que tarde o temprano cada uno tendrá que ausentarse hasta quién sabe cuándo.
Es lo malo de hacerse grande y que con ello todos los que nos rodean, y queremos y amamos, porque nos han acompañado desde niños en la tarea de vivir, también dejen de ser los que conocimos.
Sin embargo, es bueno confiar en la magia de estas fechas, en su aventurera forma de mirar las cosas, de sugerirnos que no hay ocupación más importante que vivir, vivir con las ganas que nos haya dejado el trago amargo de crecer, con la vocación eterna de amar, sufrir, reír…
Porque si no es ahorita, seguro que no habrá oportunidad nueva que se nos presente.
Hoy, muy cerca de la Nochebuena, imposible hacerse a un lado de las fechas que engalanan el paisaje de Pachuca, La Bella Airosa, la tierra donde un día el destino, uno mismo, Dios seguramente, nos puso para quedarnos hasta el ocaso final, ese en que alzamos la mano y decimos adiós. Pero hoy, por fin, gustoso de que cuando esa fecha llegue, y espero sea dentro de muchísimos años, tenga la capacidad de agradecer, dar las gracias a la tierra donde nacieron mis hijos, mi nieta.
Así que hoy y por adelantado, a unas cuantas noches antes del instante más lógicamente feliz en mi vida que es la Nochebuena, le anticipo mis deseos de que pueda pasarla bien simplemente, con lo básico y vital que es el amor de las personas que amamos y nos aman, y la certeza de que el remedio de Sabines para los males que se puedan presentar, siempre estará a la mano en frascos precisos de pócimas que se preparan con un pedazo de luna.
Mil gracias, hasta mañana.
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