De imagen y valores
Todos hemos escuchado eso de que la primera impresión jamás se olvida. Según los expertos, en un primer encuentro disponemos de siete segundos para que nuestro interlocutor se forme una imagen sobre nosotros. Por eso, los expertos en recursos humanos suelen insistir mucho acerca de todo lo que habla sobre nuestra personalidad: no solo lo que decimos, también cómo lo decimos, y por supuesto, la importancia que tiene el lenguaje no verbal.
Cada uno de esos elementos hacen que la persona que tenemos delante se haga una idea acerca de nuestra forma de pensar, de trabajar, nuestras prioridades y metas en la vida, incluso sobre nuestros valores, preferencias o lo que nos desagrada. Por supuesto, siete segundos son muy poco tiempo para formar una imagen real acerca de una persona. En muchas ocasiones, esa primera imagen suele verse modificada con el paso del tiempo y la convivencia, aunque es muy difícil quitarse de la cabeza las ideas preconcebidas sobre alguien.
También hay que tener en cuenta que, para generar una primera impresión, entran en juego los prejuicios, estereotipos y experiencias previas de las personas que la formulan. Sin duda, todos ellos son más difíciles de superar, ya que una vez arraigada una idea sobre un colectivo, se debe tener la mente muy abierta para que la acción de un individuo haga cambiar toda una estructura de pensamiento sobre un grupo de personas. E, inevitablemente, habrá momentos en los que salgan a relucir dichos prejuicios.
Sin embargo, se acerca una época del año en el mundo empresarial en la que dichas primeras impresiones pueden ser modificadas de una manera rápida, aunque no tiene por qué ser de manera positiva. Estoy hablando de las cenas de empresa. Es verdad que, en el contexto de pandemia que estamos viviendo, existen muchas restricciones que no permiten realizarlas como en los años anteriores, e incluso muchas empresas deciden no hacerlas, ya que la situación económica no es la mejor.
Pero, basándonos en las experiencias de años anteriores, estos eventos suelen mostrar una serie de comportamientos que hacen que la imagen de algunos cambie totalmente. Para muchas personas, la convivencia en los lugares de trabajo se centra únicamente al ámbito laboral, no dejando ver su faceta privada a sus compañeros. Otros, por el contrario, suelen llevar al plano personal toda interacción con el resto de las personas. Todo este «ecosistema» se ve modificado en el momento que entra en juego un contexto más distendido, la presencia de alcohol y la oportunidad de interactuar con compañeros de maneras diferentes.
Si recurrimos a los manuales de recursos humanos, por supuesto que la recomendación será que no hay que excedernos en estas muestras de fraternización, ya que después de este «paréntesis», se volverá a la vida cotidiana. Pero, desde mi punto de vista, tampoco hay que mantener una «barrera» respecto a la gente con la que se desarrolla la actividad personal.
Somos personas, es decir, entes sociales, y como tales, necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes. El ritmo de vida actual que llevamos nos obliga a pasar mucho tiempo en nuestros lugares de trabajo. Con esto, creo que lo mejor es, al menos, hacerlo más ameno. Que el trabajo sea un sitio en el que te puedas sentir cómodo, hablar con los demás, e incluso que puedan surgir amistades de este entorno profesional. Siempre, claro, desde el respeto y tolerancia.