SE LE ARMÓ LA BRONCA A “EL CHUTARO”
A pesar de que ha pasado el tiempo, la vida no cambia en los barrios altos que rodean la ciudad de Pachuca. La pobreza es como en otros años. La basura por donde quiera, fugas de agua, perros flacos en las calles, alumbrado público con focos fundidos.
Vamos a enfocarnos al barrio de La Palma. En el callejón de Manuel Doblado se han venido abajo varias vecindades y hay gente que todavía vive en esos lugares, esperando que queden apachurrados, porque no hay dónde vivir.
En la calle de Observatorio se han caído los paredones y no hay quién los levante. Tiene años que el dueño murió. Pachuca seguirá siendo un pueblo minero, aunque otros digan lo contario, que es una metrópolis chiquita, sólo falta que llegue Superman. Primero fue un pueblo cohetero porque cada fiesta echaban cohetes al santo que se celebraba en las iglesias. Luego fue burrero porque todo se repartía en burros: carbón, refrescos, pulque, leche.
Luego fue bicicletero. Los habitantes usaban la bicicleta en las colonias y barrios. En el centro histórico no había semáforos. El agente de tránsito estaba arriba de un cajón, dando el paso a los pocos automóviles y bicicletas. Se debía tener el reglamento, que tuviera luz, tarjeta para circular y factura, si no venia un infracción, pero se arreglaba con una mordida.
No había velatorios, sólo para los ricos. Cuando alguien se moría la caja era forrada de color gris o blanco. Lo velaban en su casa y cargando lo llevaban al panteón de cualquier punto de la ciudad.
En los barrios se hacía una coperacha para el café, la cañuela para el piquete, el pan y las flores. Había un camión que salía a las Julias, llamadas hortalizas; uno al Panteón, conocidos como El Pájaro Azul.
Corría el agua que venía de los cerros del norte de la ciudad, por el Río de las Avenidas. Los viacrucis se hacían en la misma iglesia. En los barrios había un zapatero, un peluquero, una panadería, una tortillería, y muchas cantinas.
Los trabajadores eran mineros de las minas de San Juan Pachuca, El Álamo, Paricutín, y muchos, en las minas de Terreros. Miles de trabajadores en la Hacienda de Loreto y los almacenes de Maestranza, de la Compañía Real del Monte y Pachuca. Esto es una parte, y hablamos de los años de 1950.
Han pasado 66 años y las cosas siguen como les dijo desde el principio. En una de las vecindades de la calle del barrio de “La Palma, en la calle de Bravo que colina con la faldas del cerro, vive Juan Gómez Santiago, muy conocido como “El Chutaro”.
Tiene 76 años de edad, sus hijos se le casaron, a sus hijas se las llevaron y vive con su vieja, una señora llamada María de Jesús Hernández, con un año menos que su viejo. Siguen con los mismos problemas y con la misma vida.
“El Chutaro” es albañil, se mete a la cantina con sus cuates, y llega a media noche o en la madrugada. Eran las 7 de la mañana del domingo pasado, se escuchaba el radio de su vecino a todo volumen, que lo despertó. Llamó a su vieja y le dijo:
- Chucha, ve a decirle al güey ese que apague su radio, estoy súper crudo, ayer le revolví pulque, cerveza y ron, y siento que la cabeza me la cortan con un serrote sin filo.
- Ni lo pienses viejo, ese señor desde que lo dejó su mujer pone canciones para chupar, de José Alfredo Jiménez, Javier Solís, Vicente Fernández, y no las quita hasta que se va a dormir. Mejor tapate las orejas con la almohada, te voy a traer una cerveza para que te compongas, pero no le busques con ese viejo. Ahorita como estás, te pone en la madre”.
La señora fue por la cerveza y de pasada, le dijo al señor que por favor le bajara a la música, porque tenía un enfermo en su casa. Le contestó que por lo contrario, le iba subir más de volumen para que se muriera contento. Él estaba en su hogar y podía hacer lo que se le antojara. Y si la mandaba su viejo, que le fuera a decir que fuera personalmente, y que no usara viejas como mandaderas.
La señora se fue enojada. Como todos los switch y medidores de luz estaban en la puerta de zaguán, le quitó la luz, y corrió a comprar la cerveza de su viejo, antes de que se le muriera de la cruda. Cuando entré, el vecino estaba tratando de arreglar los alambres para poner su luz. Doña Chucha se los había zafado. Llegó a su casa y le dio la caguama a su viejo, que se la empinó como mamila, y no se la despegó hasta que se la acabó.
-¿Qué le dijiste al viejo para que se callara. Así estoy tranquilo, ahorita me echo un coyotito, y al ratón estoy como nuevo. Hazme unos chilaquiles picosos para que sude”.
La señora sabía cómo revivir a un muerto. De pronto escucharon de nuevo la música.
- “Otra vez la mula al trigo. No me va a quedar otra de irle a decir que vaya a tocar sus canciones al cerro. No le dijo en casa de su jefa porque ya no tiene. Ahorita vengo”.
La señora lo jaló de un brazo y le dijo que se aguantara otro rato. Pero “El Chutaro” estaba para explotar. El vecino estaba en el patio de su casa. En una mesa tenía una grabadora y varias chelas en una tina con hielos.
- Carnal, te voy a pedir un favor, que quites tu fregadera o te la rompo. Sé que estás en tu casa, pero comprende que perjudicas a terceros. Sé bien que estás herido porque te abandonó tu chancluda vieja. Búscate otra y vete con la música a otra parte.
“El Nahual” se lo quedó mirando y le dijo:
- “¿A mi me cantas, o te gusta hablar solo como loco? Porque si me lo dices, no le voy a bajar, y hazle como quieras. Porque mi aparato no se va a poder apagar, o te atrévete a hacerlo”.
“El Chutaro” agarró una piedra y haciendo movimientos como pitcher, le lanzó una recta que le pegó en el mero centro al estéreo, que lo hizo mil pedazos, ante la mirada del dueño y de doña Chucha. “El Nahual” era un indio bajado del cerro a tamborazos. No entendía razones. Era de pocas palabras. Se metió a su casa, sacó un machete y se le fue encima a “El Chutaro”, que cayó en un charco de sangre.
La señora se quiso meter. Se resbaló y cayó encima de él, y le tocó un machetazo en las nalgas. Los gritos hicieron que salieran los vecinos y al ver que estaban a punto de darle en su madre a “El Chutaro” con el machete, se le aventaron.
Lo tumbaron, lo desarmaron quitándole el machete. Se les puso al bronco. Le dieron de golpes, patadas, y lo dejaron quieto. Lo llevaron adentro de su casa y cerraron con candado por fuera, para que no se les pelara. Esperaron a la policía, que llego junto con la Cruz Roja, y se llevaron a “El Chutaro” y a su vieja al Hospital General.
Los médicos dijeron que estaba con grandes heridas, y lo pasaron a terapia intensiva. A su señora Chucha, únicamente le cosieron las nalgas y le dijeron que no se sentara por lo menos 8 días, hasta que le quitaran las puntadas.
En su declaración Francisco Santiago, dijo que es de Huejutla y trabaja en la mina de Paricutín. Llegó de su pueblo acompañado de su señora, y años después se fue con otro. Él se sentía solo en el mundo, y para aliviar sus males, todos los domingos se ponía a poner discos de varios artistas que cantan canciones que llegan al fondo del corazón, y él lo hacía para olvidar a su ingrata.
El domingo, su vecino Juan Gómez se molestó y mandó a su greñuda vieja a decirle que le bajara. Como no lo hizo, la señora le descompuso su luz. No le dijo nada. La arregló. Y para que se le quitara lo delicado, puso la música más fuerte.
Llegó a decirle que le bajara. Como quiso, con una piedra quebró su grabadora. “Eso me encanijó. Saqué el machete y sin querer le di varios. La verdad pensaba matarlo. Por eso ya lo tenía tirado y estaba midiendo el machetazo que le partiera el corazón. Y al momento en que lo tiré, su vieja se cayó encima y le di en las nalgas. Por eso se salvó.
En su declaración doña Chuca dijo al señor autoridad, que así fue. Sin embargo, acusa a su vecino por intento de asesinato. “Quiero decirle a este desgraciado que por la retaguardia no se vale. Tengo broncas para hacer del baño y sentarme. Lo bueno es que estoy nalgona, que si no, me deja sin nada”. El estado de salud de “El Chutaro” está muy mal; pero se aliviará. Va a quedar cucho y con la marca del zorro en todo el cuerpo.
Esto que les cuento sigue siendo lo mismo que antes. Gente mal vestida, con hambre, sin trabajo, porque aparte de que no lo hay, los años ya los alcanzaron y la mayoría está vieja. La vida que se llevaba hace muchos años es un reflejo de la de hoy.
“LOS CHACALES”
Al escuchar el nombre de la colonias la Raza y Cerro de Cubitos, hasta se me enchina el cuero. Allá es la tierra de nadie. Impera el más fuerte. La policía lo sabe. Por eso no suben a hacer sus rondines. Hace unas semanas el famoso “Ardilla” le dio en la madre a un estibador de la Central de Abastos, que lo mandó a ver a San Pedro.
“Los Chacales” les dieron una salvaje madriza a dos pobres cuates, que los mandaron al hospital. A uno de ellos lo picaron. Está clavando el pico. Juan Enrique Ángeles Peña, de 24 años, maestro de media cuchara, entre palabras cortantes y haciendo gestos de dolor, dijo al Ministerio Público, que el sábado fueron a una pachanga en la colonia “Palmitas”, él, un amigo y su primo Ismael, que se la pasaron de pelos.
Como a las 2 de la mañana fueron a acompañar a su amigo al Cerro de Cubitos, para que no se lo fuera a chupar la bruja. Cuando regresaban por el camino Real, al pasar por un Tecatón, bajaron gritando como apaches, unos 10 locos acompañados de una vieja greñuda.
Llegaron directos hacia ellos y sin decir nada, se les aventaron a madrazos. Ni tiempo les dieron de sacarse las manos de las bolsas. Los patearon hasta cansarse. Los paraban de las greñas y les daban otra repasada. Juan Enrique les dijo que qué traían con ellos. Cuando sintió que le picaron el ombligo con un pica hielo, dos veces. Lo dejaron revolcándose en su propia salsa. Ismael apenas si pudo pararse para ayudarlo. A gritos pidió ayuda, espantando a los perros. Poco después llegó la Cruz Roja. Los llevaron al Hospital General, donde el herido pide justicia, que agarren a esos “Chacales”
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