“El verdadero placer de la erudición
sólo corresponde a los perdedores”.
Humberto Eco.
El novelista italiano recientemente fallecido, Humberto Eco, en su último libro, El Número Cero, pone en labios de su protagonista, la reflexión que, a manera de epígrafe encabeza el presente artículo. Podría pensarse que se trata de una aberración pseudo filosófica pues lo lógico sería que erudición y triunfo marcharan por el mismo camino. Al respecto, razona el escritor más o menos así: el triunfador se ocupa en cuidar y, en su caso acrecentar los frutos de sus éxitos; el pragmatismo se ubica jerárquicamente por encima de cualquier otro valor intelectual o estético.
Un compositor popular, me decía de otro cuyas creaciones, en el tiempo y espacio compartidos, obtenían un éxito tras otro: “las letras en las canciones de nuestro común amigo son todas de perdedor”. En un análisis superficial, descubrí que tenía razón; también inferí que la aceptación del público se debía precisamente a eso: un alto porcentaje de los machos mexicanos (y más con unas copas encima) somos víctimas del complejo de perdedor; otros no tienen complejos: son perdedores.
Sin pretender adentrarme en el insondable Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz, razono: para que exista un perdedor tiene que haber contienda y por tanto uno o varios ganadores aunque, me atrevo a afirmar que hay derrotados desde antes de nacer. A ellos se les niega toda oportunidad de competir.
En el reverso de la medalla, el sistema engendra individuos e instituciones que nacen ganadores, aunque los golpes de la fortuna los hagan circunstancialmente perder. Así, por ejemplo, en 1929 nació el Partido Nacional Revolucionario, como un gran frente nacional integrado por los grupos que emergieron triunfantes del remolino de intrigas, sangre y violencia que las armas propiciaron. Contrariamente a la generalidad de las instituciones de este tipo, el PNR no se formó para conquistar el poder, sino desde el poder para preservarlo y repartirlo entre las distintas facciones que aprendieron el valor de la disciplina y el arte de la paciencia para esperar turno con lealtad a toda prueba: “El que se mueve no sale en la foto” decía Don Fidel Velázquez. El viejo sabio de la política, acuñó esa frase, clave para la estabilidad institucional de su tiempo.
Las reglas del juego ahora son otras, dentro de las cuales tiene más posibilidades de salir el que se mueve que el que se agacha.
Casi todos los perdedores nacen en alguna contienda, sea ésta deportiva, amorosa, política o de cualquiera otra índole. Es muy difícil conservar la serenidad en la derrota o en el triunfo. El que pierde, aunque sea en buena lid, siempre argumentará que fue víctima de las malas artes de sus adversarios; esperará la revancha, la ocasión para la venganza, sin importarle que ésta sea un platillo que se come frío. Ser magnánimo en el triunfo es virtud de gente bien nacida. Olvidar agravios y terminar con los enemigos haciéndolos amigos, es virtud de nobles. Decía una antigua expresión española: “Dar gran lanzada a moro muerto, no es signo de caballerosidad”. Por desgracia, en las competencias es difícil saber perder y también saber ganar.
Las calidades de ganador y perdedor no son absolutas; no existe una línea divisoria claramente definida. Según su circunstancia hay quien perdiendo gana y quien ganando pierde, aunque no siempre se de cuenta de ello. La diferencia puede radicar en alguno de los siguientes elementos: 1.- Personalísima jerarquía de valores. Un ciudadano aspira, por ejemplo, a una posición política con afán de poder; otro por dinero; alguien más, aunque no lo sepa, valora su tranquilidad encima de todo y al término de la jornada, suele decir sinceramente: “Qué bueno que no gané”. 2.- La sabia virtud de conocer el tiempo y esperar otra oportunidad. 3.- El narcisismo, o certeza mesiánica que alguna persona, familia o grupo cree tener como destino manifiesto: ganar, ganar, siempre ganar. 4.- No es perdedor quien juega con la certeza de que no tiene posibilidades de triunfo y que sólo participa para no legitimar una imposición. A veces al gran Goliath se le olvida que el pequeño David puede hacerse con una honda y nivelar las fuerzas; aunque los pigmeos nunca crecen ni hay arma que les favorezca; un chihuahueño jamás competirá contra un pastor alemán. 5.- Conciencia del fin y los medios. Maquiavelo pensaba que el primero justificaba a los segundos. Cicerón por el contrario decía que no pueden alcanzarse grandes fines si no se utilizan los mejores medios. 6.- El cultivo al estilo yucateco y el autocultivo. Nunca como ahora, los potenciales partidarios han estado tan prostituidos; le dan cuerda a quien pueden explotar. En su obsesión por lograr una candidatura a Presidente Municipal, conozco aspirantes que cada tres años gastan verdaderas fortunas para vender su imagen; alguno logró su objetivo y perdió la elección constitucional. A pesar de todo siempre busca otra oportunidad.
Los autores del libro Las Cuarenta y ocho Leyes del Poder, afirman que el perdedor contagia su derrota. Yo creo que no es una categoría absoluta, sino una actitud mental. En ninguna competencia se gana ni se pierde para siempre. Lo que sí llega a perderse es la vergüenza por vía del “chaquetazo” oportunista.
Marzo de 2016.