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El Mercadólogo

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De necesidades y deseos

Hace unos días, una conocida marca de teléfonos celulares, «la de la manzanita», lanzó al mercado su nuevo modelo. Inmediatamente, las redes sociales se dividieron en dos grupos: uno, bastante numeroso, de gente dispuesta a pasar la noche en la fila, esperando a que abrieran la tienda, para ser de los primeros en poder obtener dicho producto. El segundo, más numeroso aún, de personas que emitieron diversas y variadas críticas hacia el primer grupo.

Cuando ocurren este tipo de lanzamientos, las críticas suelen ir encaminadas en parte hacia la mercadotecnia, como si fuera la culpable de todo el fenómeno. No negaremos que, en parte, tienen razón, pero no por los motivos que suelen aducir. Ninguna campaña de mercadotecnia por sí misma, contrario a lo que la gente piensa, es capaz de generar reacciones de ese tipo.

Para encontrar una explicación a estos fenómenos hay que remitirse a 1943, año en el que Abraham Maslow publicó su libro «A Theory of Human Motivation», en el que desarrolló su ya famosa «jerarquía de las necesidades humanas», conocida comúnmente como «pirámide de Maslow». Como su nombre indica, este autor estadounidense intentó explicar, a través de un diagrama en forma de pirámide, cómo funcionan las necesidades humanas.

Según esta teoría, dichas necesidades deben satisfacerse partiendo desde la base de la pirámide, y una vez cubiertas, se accede a niveles superiores. En el primer nivel encontramos las necesidades básicas o fisiológicas: respirar, hidratarse, dormir, evitar el dolor, mantener la temperatura corporal a través de vestimenta o de un ambiente cálido o frío, las relaciones sexuales y eliminar los desechos corporales. Todas estas hacen referencia a la supervivencia.

El segundo nivel está formado por las necesidades de seguridad y protección: seguridad física y de salud, necesidad de vivienda y necesidad de seguridad de recursos, que hace referencia al transporte, solvencia económica, etc. Posteriormente vienen las necesidades sociales o de afiliación, donde encontramos la aceptación social y la función de relación, refiriéndose tanto a la pareja como a las amistades y la familia.

Subiendo en la estructura, en el siguiente nivel se localizan las necesidades de estima o reconocimiento, las cuales se dividen en estima alta (confianza, logros, independencia, libertad) y estima baja (necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, dignidad, fama). Por último, en lo alto de la pirámide se localiza la autorrealización. Aunque es cierto que en la teoría desarrollada no se puede subir de nivel hasta no satisfacer las necesidades previas, también hay que tener en cuenta que no tienen que estar plenamente cubiertas: basta con que lo estén de una cierta forma.

Volviendo al ejemplo con el que comenzaba esta columna, las personas que están dispuestas a esperar horas en largas filas hasta poder adquirir el producto recién estrenado, no lo hacen por una necesidad de comunicación, ya que seguramente cuenten con un modelo antiguo de la misma marca que cumple esas funciones. En realidad, la necesidad que están intentando cubrir es la de aceptación social y pertenencia: poseer dicho teléfono les hace ser parte de un grupo «exclusivo», del que no todo el mundo es parte.

Es verdad que la marca en cuestión ha conseguido situar su producto como símbolo de pertenencia a ese grupo, de modo que cada vez que lanza un modelo nuevo, los integrantes tienen que poseerlo para demostrar que son aceptados. Pero criticar a los que quieren ser parte de ese grupo, sin ver que, de una forma u otra todos hacemos cosas o adquirimos algunos productos para ser aceptados socialmente, resulta un poco falto de autocrítica.