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UN INFIERNO BONITO

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EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL MONO”

 

Era un sábado al mediodía, cuando doña Sara fue al barrio de “La Palma” a visitar a su hija Luisa “La Lombriz” que estaba casada con Juan Pérez, mejor conocido como “El Mono”. Entró a la vecindad y al abrir la puerta encontró un desorden; los muebles tirados, sangre en el piso y en las paredes, y a su hija sentada en la orilla de la cama, chillando, subiendo y bajando el moco. Alrededor estaban sus hijos, que no dejaban de llorar y la miraban muy tristes. Doña Sara se acercó y le quitó las manos de la cara a su hija, y sorprendida le preguntó:

  • ¿Qué te pasó hija? Te partieron toda la madre, parece que te atropelló un camión. ¿Ya te miraste en el espejo? Pareces el Monstruo de la Laguna Negra.
  • No mamá, me pegó Juan.
  • Hijo de toda su pinche madre. ¿Dónde está el cabrón?

La señora Sara se puso como agua para pelar pollos, y buscaba con la mirada por toda la casa.

  • No está, se salió. Se ha de haber ido a la cantina o a la casa de su madre. Pero prometió regresar a darme la segunda tanda.
  • Hijo de la chingada, pero me la va a pagar. Eso no se va a quedar así. Te voy a curar y salgo a buscarlo. Me cay de madre que lo voy a despellejar vivo. Le voy a dar una madriza que lo va a recordar durante su mona vida.

La señora puso agua a calentar y con mucho cuidado le limpiaba las heridas a su hija, y no dejaba de maldecir al méndigo “Mono”. La pobre Luisa lloraba de dolor, y más cuando le echó alcohol en las heridas, que se levantó violentamente, echando aire con las manos.

  • Aguántate, hija. Es que tienes una herida debajo del ojo derecho; en el otro no se te ve porque lo tienes cerrado. Al rato te voy a poner un bistec para que no te quede como lunar de puerco. Dentro de la boca también te rompió los labios. Te desmadró todita. Te voy a cortar el pelo para ponerte vendoletes en las descalabradas para que te cierren y te pongo un parche.
  • No me corte el pelo, mamá, porque a lo mejor ya ni me sale. Si de por sí estoy pelona.
  • Es muy necesario. No importa que quedes con el coco liso, a que te dé una infección

La señora estaba que se la llevaba toda la grosería. A cada rato le mentaba la madre al “Mono”. Cuando termino de curarla le dijo:

  • Acuéstate un rato para que descanses. Mientras me voy a estar contigo, esperando a ese desgraciado infeliz. Lo voy a madrear, que se va arrepentir haberle salido a su madre. ¿Ya desayunaron los niños?
  • No mamá, por eso me pegó, porque le pedí dinero del gasto. Yo creo que anda de cuzco con otra vieja. No me da dinero, sale muy arreglado, llega cuando quiere, y cuando le digo algo me desmadra.
  • A ver, cuéntame cómo te pegó.
  • Estaba haciendo la comida, llego exigiéndome ropa limpia. Le dije que me esperara un momento, que no tenía cuatro manos. Se enojó y me mentó la madre. Se la regresé y me dio de cachetadas. Entonces me calenté y me le fui a rasguños. Me agarró de las manos y me dio de chilacatazos. Forcejeamos y le di una patada en las bolas. Mientras se sobaba me salí corriendo a pedir ayuda. Me alcanzó a medio patio, me tiró de un madrazo. Me trajo arrastrando de las greñas hasta la casa. Me dio con el puño cerrado en el hocico. Sentí que me quebró la nariz, porque me salía mucha sangre. Mis hijos llorando le pidieron que no me pegara, y me abrazaron. Me dijo que por esta vez me había salvado la campana; pero cuando regresara me iba a dar la segunda tanda. Y se salió dándome una patada en las nalgas, que todavía me duelen.

Doña Sara, al escuchar lo que le contaba su hija, bufaba. Cerraba las manos, se mordía los labios y golpeaba la pared. Tomaba aire y lo soltaba de golpe. Y le mentaba toda su madre al “Mono”. Le dijo:

  • Ya lo pensé bien. Vamos al Ministerio Público, a poner una demanda, y luego lo busco para partirle la madre.

Luisa y su mamá encargaron los niños a una vecina, y salieron a poner su queja ante las autoridades. Pasaron a la señora a que la atendiera un médico. Estaba tan madreada “La Lombriz”, que mandaron a los agentes a buscar al “Mono”, diciéndoles que lo llevaran a como diera lugar.

Mientras tanto Juan “El Mono”, estaba muy quitado de la pena, chupando con sus amigotes adentro de la cantina “La Palma”, y muy orgulloso les platicaba su hazaña de que le había pegado a su vieja.

  • Hace un momento mi vieja se me puso a las patadas, y para demostrarle que me debe de tener respeto, le di sus madrazos. La tengo que hacer entender que en mi gallinero ninguna gallina canta. Si la dejo, al rato ella me va a pegar, y entonces hay va estar lo cabrón. Porque los patos le van a tirar a las escopetas.

En esos momentos entró uno de sus amigos y le dijo:

  • Hay te vienen unos agentes ministeriales para llevarte al bote. Me preguntaron por ti. Es mejor que te peles de casquete.

“El Mono” se puso como pambazo, y sin decir palabras, se subió a todo lo que le daban las patas, a la casa de su mamá, doña Jovita, que vivía en el callejón de Manuel Doblado. Cuando la señora iba a salir, al abrir la puerta “El Mono” entró violentamente, azotando a la vieja contra la pared, apachurrándola con la puerta, que su cabeza le sonó a bote viejo. La señora se fue resbalando hasta quedar sentada, agarrándose la cholla. “El Mono” le hizo señas, que se callara, poniéndose el dedo en los labios, y se metió debajo de la cama. La mujer no entendía nada. No dejaba de sobarse la cabeza, pues se había hecho un chipote. Brincó como chivo cuando tocaron la puerta.

  • ¿Quién es?
  • La policía.
  • ¿Qué se les perdió? Díganme lo que quieren.
  • Que salga ese cabrón que está adentro.
  • Aquí no hay nadie más que yo.
  • ¡Abra la pinche puerta o la tumbamos!
  • Cómo sé que son policías. A lo mejor son violadores.

Los policías le dieron de patadas a la puerta con el fin de tirarla. Jovita mejor les abrió, y entraron con pistola en mano, buscando por todas partes. Uno de los policías levantó la cama, y salio “El Mono” a toda velocidad, tumbando nuevamente a su jefa, que cayó de nalgas, golpeándose la cabeza. Corrieron detrás de él los ministeriales, y se escucharon disparos. La señora se levantó y salió corriendo, pensando que ya le habían puesto en la madre a su hijo. En el patio encontró a su vecino don Pedro, que estaba muy espantado, y le preguntó.

  • ¿Qué pasó señor?
  • Sepa la chingada. Estaba sentado en el water, cuando escuché balazos. Por las dudas, me paré, no vaya ser el diablo, y me garren como al Tigre de Santa Julia. Vi a un señor que pasó corriendo como loco, y detrás unos cuicos, que le aventaban plomazos. Yo me salvé de pura chingadera. Si ni me agacho me pasa lo que al perico. Mire, le hicieron un agujero a mi sombrero; un centímetro más abajo y ahorita estuviera dándole cuentas a San Pedro.

La mujer se tronó los dedos y comenzó a llorar, mirando al cielo, rezando.

  • Qué no le pase nada a mi hijo, señor. Cuídalo.
  • ¿Qué tiene, Jovita, por quién pide?
  • Por mi hijo. A quien correteaban es a Juan.
  • ¡Ah, chinga! Entonces al que se quieren chingar es al “Mono” ¿Qué hizo?
  • Eso quisiera saber.

Se armó un desmadre en el barrio. Las noticias llegaron a los oídos de Luisa y su jefa, que votaban para que de una vez lo mataran. Pero cuando Sara fue al barrio a investigar, le contaron que a los policías se les había escapado su yerno. Eso la llenó de coraje, y les fue a reclamar a los uniformados, que lo buscaban en los callejones oscuros. Les dijo de cosas, los insulto, que por poco se la llevan al bote. Los vecinos la ayudaron quitándosela de las manos, y le dijeron a la señora que mejor se fuera a su casa. Uno de los comandantes le explicó a la mujer que tenía razón en enojarse, pero que iban a peinar la zona, y le aseguraban que pronto estaría entre las rejas. Doña Sara se tranquilizó. Llegó con su hija y le dijo:

  • Ve por los muchachos para darles de merendar. Y tú también debes de comer algo. Yo de aquí no me muevo. Ese cabrón tiene que llegar a huevo. Y entonces va a saber lo que es la melcocha.

Merendaron todos, y estuvieron platicando. A los niños los llevaron a dormir. Y como eran las 10 de la noche, doña Sara le dijo a su hija:

  • Ve a dormite con los niños, yo me quedo en tu cama. Me late que ese infeliz va a llegar de un momento a otro, y te vaya a golpear.
  • Como usted diga, mamá.

Todos se quedaron jetones. Sólo se escuchaban los ronquidos de doña Sara y de su hija, que por todo lo que había pasado, estaban muy cansadas, y dormían a pierna suelta. Cerca de la medianoche, con mucho cuidado abrieron la puerta. Era “El Mono”, que se quitó los zapatos para no hacer ruido. Se desvistió y se metió a la cama. Pegó su cuerpo con el de la señora, y comenzó a trastearla, metiéndole la mano por el ombligo, y le dijo en la oreja:

  • Perdóname mi amor. Pero tú tienes la culpa. Me haces encabronar.

Cuando le buscó la boca para darle un beso de trompita, “El Mono” recibió un fuerte madrazo en el mero hocico, que lo tumbó de la cama. Le aflojó los dientes de enfrente. La señora Sara prendió la luz. “El Mono” por poco se desmaya al ver a su suegra, quien lo agarró de las greñas a madres, sin soltarlo, y le daba de golpes en la cara. Y así, encuerado, se lo llevó ante las autoridades acusándolo de que había golpeado a su hija. Y que a ella la quería violar. “El Mono” pasó muchos años en la cárcel. Y ya no se supo de él. Sólo le quedó el apodo del viola viejitas.