
Eso que “se siente”
El día que me accidenté, mi abuela paterna llegó al hospital. Entró hasta dónde estaba internado y lo primero que dijo fue: “mijito, yo sabía que estabas bien, yo sabía que no te había pasado nada. Cuando me dijeron supe aquí (se tocaba el pecho) que nada te había pasado”; luego de eso, me puso una medalla de San Benito, me dio un beso y salió del hospital.
Mi abuela y yo compartimos varios secretos, me enseñó algunos trucos en el cuidado de las plantas, me regaló una receta que conservo en mi corazón y que algún día podré cocinar sin miedo y sin sentir su ausencia porque cuando se cocina con el pecho apachurrado la comida no queda bien, el sabor no es el mismo.
Doña Teresa tenía su carácter, una vez a mentadas de madre le quitó un perro a la camioneta de la perrera municipal, lo cargó entre sus brazos y al llegar a la casa de la tía Lupe, resultó que el perro no era “el barrigón”, que se había confundido, pero aún así salvó a ese can de ir al matadero municipal.
Mi abuela sentía todo, sabía cosas que la familia ni siquiera sospechaba y tenía formas para decirlas, aunque lo más recurrente eran las palabras que a veces no medía y resultaban muy hirientes, mi abuela también hablaba con los ojos, con los brazos y las manos. Una vez cuando tiré a uno de mis primos me regañó mucho y presa de un orgullo que circula en mis genes, nos dejamos de hablar por mucho tiempo, mi abuela me hacía ver que me quería tanto, y un día sin más, en la tortillería de la colonia “San José”, tuvimos una emotiva reconciliación.
No suelo escribir mucho de mi vida ni tampoco de mi familia pero anoche soñé que mi abuelita Teresa, me daba un gran abrazo, que la veía bajo el árbol de chabacano que ha sobrevivido todas las remodelaciones de la que fue su casa, hoy me desperté con una nostalgia que sólo se quita con lágrimas sinceras que salen de lo profundo, de ahí dónde se siente todo.
Recuerdo que su hermana, la Tía Lolita, falleció un fin de semana, que nadie quería decirle a mi abuela porque ella también estaba postrada en cama, cuando fui al funeral pasé a ver a mi abuela. Nuestra despedida fue con miradas, con una mirada que nos hizo comprender a ambos que no nos volveríamos a ver, entendí que no debía quedarme, mi abuela sabía mucho, ella lo sentía todo; sabía, sin que nadie le dijera, que su hermana ya se había ido; y yo, llegando a Pachuca le dije a dos amigas: “mi abuela se está yendo, se va ir con la tía Lolita”, una semana después llegó la mala noticia.
Nunca le pedí nada a mi abuela, el cariño y respeto que nos tuvimos me lo supe ganar desde muy pequeño; y sin embargo, ella me dejó esa sensación, eso que se siente en el corazón, que invade en el pecho, una forma de comunicación que quizá no se entiende y no quiero ni intento explicar, pero que en lo personal me ha salvado de muchas situaciones y me ha ayudado a actuar en otras. Es eso que “se siente” y evita que el venado pueda ser cazado…