JUGABAN CARRERITAS EN MOTO
Dos jóvenes se retaron a ver quién llegaba primero a Real del Monte montados en sus caballos de acero. Con bromas y risas se pusieron juntos, esperando la cuenta para salir a toda velocidad, sin darse cuenta que ponían en peligro a la gente que por ahí transitaba. Algunas personas vieron cómo iban a salir, y escucharon: a la una, a las dos y a las tres.
Salieron como tapón de sidra, pero no llegaron ni a los 10 metros, cuando los dos cayeron al suelo, dándose un calaverazo porque no llevaban cascos, y sus motos quedaron desmadradas. Se juntó una bola de gente. Llegaron los uniformados acompañados del grupo de auxilio.
Esto ocurrió cerca de las 3 de la tarde, en el viaducto Nuevo Hidalgo, casi esquina con Julián Villagrán, atrás del mercado Miguel Hidalgo, mejor conocido como el de la Fayuca. Quedaron semiconscientes por el madrazo que se dieron al derrapar.
Mientras llegaban los socorristas, los accidentados fueron atendidos por los uniformados. Se identificaron como Francisco Villa Rodríguez y Diego Fresnillo Rodríguez, de 20 y 24 años, respectivamente. Mientras estaban en el suelo se quejaban muy feo, sin poderse parar. Los dos quedaron mirando al cielo, con los brazos en cruz, a unos 3 metros de sus motocicletas.
A pesar del fregadazo que se dieron, reconocieron que corrían a toda velocidad, con dirección a Loreto, para subir por la carretera que va a Real del Monte. Dijeron que fue un accidente porque de momento se juntaron las dos máquinas y ¡Bolas! cayeron al suelo.
Uno de ellos declaró a los uniformados que “de pronto nos fuimos de hocico, que no nos dio tiempo de meter las manos”. Los socorristas del Pueblo Mágico de Real del Monte se los llevaron al seguro de su pueblo, porque no los atendieron en Pachuca.
Llegaron más agentes para controlar el tráfico, que lo hicieran con cuidado porque podrían causar un accidente de darles otra planchada a los dos motociclistas o machucar a sus caballos de acero. La grúa se llevó las motocicletas al corralón. Limpiaron la calle y todo quedó como si no hubiera pasado nada.
Todo quedó tranquilo. No les dijeron a los policías de tránsito que estaban jugando unas carreritas; sólo que iban a su pueblo. El que más o menos se las mascó fue un comandante, que dijo que es peligroso jugar carreritas de “vieja el último” montados en sus motocicletas. Que para la otra, les recomendaba que jugaran como los gatos chiquitos: con la cola de su madre.
HASTA SE LES BAJÓ LA BORRACHERA
Dos alegres compadres, como hay muchos en Pachuca, iban hasta la madre de borrachos. Los habían corrido de la cantina porque ya era noche y todavía querían más. Caminaban abrazados, cabeza con cabeza, parecían siameses. Daban un paso para adelante y un paso para atrás, y platicaban, que por lo briagos, ellos mismos no se entendían.
Caminaron por el viaducto Rojo Gómez, que sale a la mina de El Álamo. De pronto, se tropezaron con un hombre que estaba tirado, y los dos se fueron de cabeza, cayendo al suelo sin meter las manos, dándose un calaverazo seco.
Uno de ellos levantó a su compadre y le dijo: “Un muerto, compadre. Nos tropezamos con él”. El otro le dijo: “En la madre. Vámonos, si no van a decir que nosotros lo matamos”. Del susto se les bajó la borrachera, y al momento que iban a correr llegó la policía, una camioneta patrulla, y les marcaron el alto.
Fueron cuestionados: “Deténganse, adónde van tan aprisa. A ver, díganme por qué mataron a este hombre”.
Uno de ellos respondió: “Se lo juro por su mamacita linda, que nosotros no fuimos. Nos tropezamos con él y nos caimos. Íbamos a dar aviso a la policía cuando ustedes llegaron”. Los uniformados los agarraron de las greñas y les pusieron las esposas.
Entre protestas, los compadres no se querían subir a la camioneta. Les dijeron a los gendarmes: “Me cae de madre que nosotros no fuimos”. Pero los guardianes los subieron a punta de madrazos, poniéndoles a disposición del agente del MP. Y los encerraron en la galera, acusados de haber matado una persona.
Lloraron y suplicaron que ellos no habían sido. Juraron, besando la cruz, que ya no volverían a tomar. Los pasaron con los agentes investigadores, que no dejaban de estar como cuchillito de palo para que dijeran la verdad, que entre los dos lo habían matado. Les advirtieron que era mejor que confesaran la verdad, o de lo contrario se los llevaban a la penitenciaría.
Mientras tanto, los socorristas de la Cruz Roja descubrieron que el presunto interfecto no estaba muerto, y lo llevaron al Hospital General. Con los tratamientos médicos, el hombre volvió en sí, y dijo que se llamaba Eduardo Olvera Catarino, de 38 años, vecino de la colonia Felipe Ángeles. Cuando caminaba por la entrada de la mina El Álamo le salieron dos tipos que lo agarraron a madrazos y le quitaron todas sus pertenencias; lo dejaron porque creían que estaba muerto.
Le preguntaron que si los conocía. Respondió que sí, que son unos vándalos del rumbo. Lo llevaron a la comisaria para que reconociera a los detenidos. Cuando llegó, al verlo los compadres se persignaron y dijeron: “Avemaría purísima. Es el muerto”.
Aseveró el agraviado que ellos no eran. El MP les indicó que los iba a dejar salir con la condición de que ya no se emborracharan. “Se lo juramos por nuestras jefas, y que se mueran nuestras viejas si faltamos a nuestro juramento”, respondieron los compadres.
ESPOSO ERA MUY CELOSO
Juan López Santiago, de 50 años, se trajo de Huejutla a una jovencita de 16 años. Es una nahualita, la tiene viviendo en el Cerro de Cubitos. La cela tanto que no la deja sola ni para ir al baño. Muy pocas veces sale sola.
Juan trabaja empujando un carrito de basura en la Presidencia Municipal. Su señora se sintió muy mal. Le dijo su suegra que a lo mejor ya estaba panzona, que fuera a ver al médico al Hospital General. Había mucha gente y ella no sabía la movida.
Su suegra le dijo lo que tenía que hacer. Que se fuera sola. Pero estando allá, la mandaron de allá para acá y de acá para allá, y nunca la atendieron.
Como iba sin desayunar, la pobre de Jacinta caminó para irse a su casa porque ni para el camión le dieron. De pronto dio el changazo y se desmayó. La Cruz Roja la llevó de nuevo al Hospital General, donde le dijeron que era un simple desmayo, que se podía ir a su casa.
Eterna se le hacía la subida al cerro. Hizo varios descansos, y al llegar la estaba esperando su viejo para darle en la madre. Su suegra le echaba lumbre al diablo, diciéndole a su hijo que se había salido desde la 7 de la mañana, y ya eran las 5 de la tarde, que de seguro fue a ver a su amante. Juan se quitó el cinturón y comenzó a darle una pela de perro bailarín.
La mujer gritaba pidiendo auxilio. Unos vecinos entraron al quite. Llamaron al 066, y la llevaron de nuevo al Hospital General. Al golpeador lo detuvieron. Al estar internada, le contó al Ministerio Público, todo lo que había pasado.
Les pidió ayuda para su pasaje, e irse para su pueblo. Ya no quería regresar con su viejo celoso. Entre los uniformados hicieron una coperacha. Le dieron un raite a la Central de Autobuses. Cuando llegó a su pueblo, su padre la acabó de desmadrar porque se había ido a Pachuca con Juan. De los golpes, la hizo abortar. Ella puso su queja en Huejutla, ante el Ministerio Público, en contra de su padre, por lo que le había ocasionado. Se lo llevaron al bote, y él fue el que pagó el pato.
ASALTAN Y MATAN AL QUE TRATÓ DE AYUDAR
Dos bandidos le dieron de plomazos a un hombre. Se lo echaron al plato por ayudar a un carnicero del centro de Tulancingo, la mañana del lunes pasado.
El violento robo y crimen motivó un despliegue de la gendarmería, poniendo sus operativos, pero les fallaron. Los responsables escaparon en un coche gris. Todo fue así como se los cuento. Quintín Romero, de 60 años, dueño de la carnicería “La Blanquita” que se encuentra en Echeverri 206, abrió el negocio para iniciar sus labores. Apenas estaba poniendo las cosas en su lugar, cuando entraron dos individuos. Muy atento, les preguntó qué querían. Tenía desde aguayón hasta bofe para el gato. Se le quitó la sonrisa cuando le enseñaron la pistola, y le ordenaron que les entregara todo el dinero que tenía, si no, de lo contario, lo mandaban al valle de las calacas.
Les dijo que regresaran más tarde porque todavía no se persignaba. Se le fueron encima. Uno de ellos le pegó en la chirimoya con la pistola, que sonó a bote viejo, y apretándole el cuello, uno se brincó el mostrador y el otro lo bolseó quitándole la cartera. En total se apoderaron de 10 mil pesos y un celular.
Pero no se conformaban con lo que le habían robado. Cerraron la cortina de la carnicería para buscar con más calma. Un vecino decidió acercarse a la carnicería para ayudar al carnicero. Pensó que estaba peleando con algunos de sus clientes, que les había dado menos del kilo de carne.
Entró subiéndose las magas de su chaqueta, listo para aventar madrazos, pero le llegaron un par de balazos, que cayó levantado las patas. Los delincuentes salieron corriendo, y el carnicero se escondió debajo del mostrador, haciendo señas a la gente para que pidiera auxilio a la policía.
Llegaron los uniformados y encontraron al samaritano tirado. Estaban a su lado dos casquillos, calibre 45 y uno de 22, lo cual indica que los dos maleantes dispararon al mismo tiempo. Se pidió ayuda por los radios a sus compañeros. Formaron un operativo de búsqueda de un coche que dijeron, era de la banda del carro gris.
Otros policías implantaron el operativo “Cero” y regresaron con cero detenidos.
Se dijo entre los testigos, que de los asesinos y ladrones, era un grandote y un chaparro, como de 20 años; uno estaba pelón y otro greñudo. Que uno corrió para un lado y el otro se subió en el coche. Su cómplice lo alcanzó, se subió al auto y se fueron rumbo a Pachuca.
El MP realizó las diligencias de rigor, y se esperaba que los familiares del hombre que fue a meter su cuchara llegaran a reclamar el cadáver, pero no se presentaron. Dijo en su declaración el carnicero, que está muy apenado, que por ayudarlo hayan matado a un hombre. Pero está dispuesto a hacerse cargo de sus funerales.
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