
La ilusión se la llevó el río
Se ve que mira hacia la calle donde fundó su hogar, elevó una oración al cielo para agradecer por la salud de su familia, el trabajo que le permitió edificar en un terreno de 130 metros cuadrados su casa, la primera y única, pero SU casa, donde nacieron sus hijos y creció el sueño de llegar a viejo con el orgullo de una licenciada en Derecho titulada, un hijo profesor de primaria, y una niña hermosa como ninguna que ya va a la primaria.
Se ve que mira un carrete de película que se proyecta sobre el agua negra, tan olorosa que pica la nariz, provoca arcadas a cada rato y carcome las paredes de yeso blanco cada vez más color podrido, lleno de desechos, de la mala suerte que vino a terminar no solo con todos los muebles, refrigerador, estufa, máquina de coser, estéreo, trastes y los cuadros que resguardaban el título de su hija, de su hijo. Vaya que hasta los recuerdos de viejas fotografías se perdieron irremediablemente, lúgubremente, miserablemente en unas horas.
Por eso se ve que mira, pero solo intenta a toda costa conservar los rostros del pasado, el sueño único de usar una parte de la casa para poner un restaurantito, un lugar para que su mujer luciera el talento que siempre ha tenido para la cocina. Pero en unas horas todo, y todo es todo, se fue en la marea de lodo que llegó a tocar puntual, igual que un cobrador, un abonero, y exigió el pago por tan poca felicidad, aunque sí un mucho de alegría. Habían apostado lo ahorrado de la subcuenta de vivienda que les regresaron casi a punto de empezar la jubilación; habían apostado todo, y así, sin miramientos de ninguna especie, de repente vieron ante sus ojos esfumarse el dinero, peso a peso, hasta quedar nada.
Se ve que mira las nubes en el agua mugrosa que tardó días en retirarse, en dejar como vómito de parranda infinita, montañas de lodo no solo formado por tierra y agua, sino por desechos humanos, de fábricas, uno que otro muertito que se hizo polvo, agua de lluvia y todo lo que a cada quien se le ocurra imaginar que tira la gente al Gran Canal del desagüe de la Ciudad de México.
Ahora ya es tarde para volver a empezar y lo sabe. Está cansado de una lucha que empezó desde que nació su primera hija; una lucha que nunca fue justa, primero por los salarios miserables, luego porque la enfermedad se coló, igual que el agua olorosa, a su hogar y lo llevó a vender todo lo que tenía para intentar salvar a quien después murió. Así que se quedó desolado años y años, hasta que surgió la luz de un buen empleo, buen salario, buenas prestaciones.
Supo que era demasiado para él, que tarde o temprano la pagaría, pero no entendía el porqué muchos se llenan de dinero, se hartan de dinero, y nunca se preocupan de si lo merecían o no. Pero nada, nunca les pasa nada.
Ahora que mira sabe que la ilusión terminó, se hizo polvo, se hizo porquería como el agua negra que llena de olores indefinibles su sala, su comedor, su recámara, todo.
Se ve que mira el agua, la gente que pasa de un lado para otro. Pero lo cierto es que se sabe en la recta final de la existencia, y no es justo, nunca será justo, que un pinche río que nunca ha traído nada bueno al municipio, ahora se la agarre contra él y lo haya dejado sin un lugar dónde dormir, pero fundamentalmente, un lugar donde soñar que a esta edad era posible arrebatarle algo al destino que siempre lo tiene agarrado por el cuello.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta