Ayer se cumplió el segundo aniversario de la muerte de Hugo Chávez y durante los próximos 10 días el Gobierno venezolano lo recordará con un sinfín de homenajes. Los propios dirigentes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se refieren al difunto comandante como el “padre” de la patria. Y en su honor montarán la ya habitual “tribuna anti-imperialista”. Un eco nostálgico de los tiempos dorados del chavismo.
Poco o nada queda del entusiasmo que provocó Chávez cuando llegó al poder para instalarse con su revolución bolivariana. Cuando se anunció su muerte el 5 de marzo de 2013, ya su modelo político se resquebrajaba aunque se sustentaba en la popularidad del mandatario. En medio de los primeros signos de escasez que comenzaban a sufrir los venezolanos, Chávez, enfermo de cáncer desde el verano de 2011, convirtió su agonía en una suerte de ‘reality’ que emulaba el vía crucis de Jesucristo. Uno de sus jefes de seguridad, Jesús Ornella, llegó a describir sus últimos meses de vida como la gesta de un hombre que se había sacrificado por su país. Según este general, sus últimas palabras fueron: “Por favor no me dejen morir”.
En su lecho de muerte tal vez Chávez presentía que Nicolás Maduro, su sucesor, no podría apuntalar el ‘socialismo del siglo XXI’ que con tanto ahínco él había diseminado en la Región. Dos años después de su muerte, el chavismo es un sistema fallido. Si Chávez estuviera vivo hoy, no habría perdido tiempo en vociferar contra un reciente estudio de Bloomberg, en el que Venezuela aparece a la cabeza de las 15 naciones con mayor índice de pobreza. Atrás quedaron los días en que el régimen bolivariano prometía justicia y prosperidad. Ahora la miseria es el bien de todos. (Agencias)