
Democratización laboral
La semana pasada, los trabajadores pertenecientes a la planta de la General Motors en su sede de Silao, Guanajuato, tuvieron votaciones. El tema central fue su propio contrato laboral. El Instituto Nacional Electoral y la Organización Internacional del Trabajo ejercieron como testigos nacionales e internacionales. El resultado final de la elección fue el rechazo mayoritario de las condiciones laborales descritas en el contrato colectivo laboral.
Si observamos el fenómeno superficialmente, parece sin más un ejercicio práctico y democrático de los derechos de asociación y de representación laboral. Nada más. Sin embargo, no es algo normal en la vida laboral de casi ningún trabajador mexicano.
La tradición asociativa en México nos habla desde la primera mitad del siglo pasado de sindicatos charros, controlados monárquicamente por “líderes sindicales” que podían perpetuarse durante décadas en las vidas laborales de sus agremiados, normalmente de trabajadores relacionados con el estado, aunque no solo de él. Estas organizaciones se configuraban como administradoras de poder político en diferentes niveles. Lo que hacía el sindicato de mineros, el sindicato de PEMEX, el sindicato de trabajadores de la enseñanza, por poner algunos ejemplos; era solamente controlar una pieza del pastel político que se entregaba bonita y apetitosa al poder político en turno. La cúspide de la pirámide sindical la ocupaba la CTM, la confederación de trabajadores de México, que incluso era la herramienta para presentar en sociedad al nuevo destapadito para el siguiente sexenio por parte del PRI. Además de estos sindicatos charros, añádase silenciosamente lo que podían hacer unos pocos sindicatos blancos (diseñados por la propia empresa para que no entraran en ella los sindicatos charros) y poco más que contar. La inmensa mayoría de los trabajadores nacionales ni tenían sindicato, ni se les podía pensar en ello por el riesgo de ser corridos de la empresa por ser revoltosos.
En julio del año pasado entró en vigor el T-MEC (Tratado México Estados Unidos y Canadá o USMCA, en inglés), sustituyendo al Tratado de libre comercio para América del Norte (TLCAN o NAFTA, en inglés). En las negociaciones que dieron como resultado este TMEC los sindicatos norteamericanos introdujeron la necesidad de la libertad sindical. AMLO, junto con los representantes legisladores, lo convirtieron en ley. El caso que hemos mencionado de Silao es uno de los primeros ejemplos de esta libertad sindical y de que los propios trabajadores tengan la oportunidad de echar de la organización a quienes no los escuchan o a quienes están solamente del lado de intereses personales. Así el contrato colectivo, los líderes históricos de la planta de General Motors fueron sustituidos democráticamente por las condiciones y representantes que los trabajadores realmente deseaban.
Me parece reseñable este evento por dos motivos esenciales. El primero, y más evidente, es para dar la bienvenida a lo que puede ser el comienzo de un nuevo status laboral práctico en México. Los trabajadores lo echábamos de menos. El trabajador se veía emparedado entre el poder del dueño o del consejo empresarial y las decisiones/traiciones de sus líderes sindicales, si es que los podían tener.
El segundo motivo, tiene que ver con lo que he propuesto en diferentes columnas sobre varios temas, y es que la solución de no pocos problemas estructurales de México reside inevitablemente en dejarnos permear por las prácticas internacionales más sanas. Es un beneficio global que no nos atrevemos aún a aprovechar por mantener el sistema que tanto nos duele en ocasiones o por un nacionalismo más entendido.