* Después de todo, el amor
Nunca supe que la vida se renueva en su totalidad cada diez años. Nada de nosotros queda, tampoco de los que en ese entonces nos acompañaron y acompañamos en ese tramo de existencia. Somos otros, a veces diametralmente opuestos a lo que en ese tiempo presumimos ser, y las razones pueden ser múltiples, tantas como las que se nos puedan ocurrir para justificar que simplemente cambiamos.
Puede que surja el espanto, la sorpresa, incluso la desilusión porque hasta en el amor decidimos dar paso a lo que tanto odiábamos de jóvenes, y calificábamos como una prueba palpable de que hay enemigos de ese noble sentimiento, y en general eran los viejos que mirábamos con ojos de rencor y no pocas veces de odio.
La vida solo puede ser construida con base a la posibilidad de amar y que nos amen, y ese es un sentimiento alejado de todo asunto práctico o conveniencia para salvar la existencia. Estábamos ciertos que generalmente debería conducir a la desesperación y al recuerdo de lo que fue como elemento más valioso, incluso que la misma realidad.
Alabábamos la decisión de la hija de Carlos Marx por suicidarse junto a su pareja antes de llegar a la edad adulta, porque el amor necesariamente tiene fecha de caducidad, más el enamoramiento que ahora, según los investigadores del asunto, apenas puede durar unos meses.
Estábamos seguros que tendríamos una existencia eternamente joven, si no de cuerpo, sí en lo mental y en los principios básicos del manual para nunca olvidar la historia de los amorosos.
Hasta que cada diez años descubrimos que habíamos cambiado. Primero de manera imperceptible, luego radicalmente. Algunos lo hicieron en lo físico, y tanto hombres como mujeres dejaron ver sentidas ojeras y bolsas en los ojos, antes simplemente imposibles hasta de pensar en las miradas extasiadas por construir un futuro que en nada se parecería al que los adultos sentenciaban que tendría que ser.
A la segunda tanda de dos lustros el asunto se puso peor. Algunos murieron a tierna edad y se convirtieron en los pioneros del nuevo mundo que tarde o temprano habríamos de conocer. Pero los olvidamos, igual que los principios básicos del amor, no de la convivencia que a veces se confunden con el contrato que algunos se aventuraron a firmar ante un juez de paz, como en ese entonces se les conocía.
Se trataba y se trata todavía del amor, que hoy en día obliga a cancelar cuentas en el face, donde quiera que pueda aparecer una fotografía que deje evidencia maledicente de que igual que todos empezamos a ser viejos, primero en lo físico con las canas, el poco pelo y la barriga, y luego en el corazón que simplemente no quiere quedase solo, cualquiera que sea la circunstancia.
Hace falta por todo lo anterior abrazar a la gente que uno ama, que nos ama. Abrazarla como si fuera asunto de sostenerse en medio de una tormenta en el mar que al final de cuentas es la vida, y saber que con todo y lo que diez, veinte, treinta, los años que sean, es posible asegurar, aquí sí, contra viento y marea, que tenemos guardado un salvoconducto cuando la eterna rutina nos quiere cerrar el paso, y ese es desde tiempos ancestrales, el amor.
Contra nosotros mismo, a pesar de nosotros mismos, en lucha sin cuartel con la manía de la tristeza y la desesperanza, aun queda en la memoria la constancia de darle un valor único a eso del querer, a eso de creer que por esa razón fuimos y somos diferentes.
Y así, felices de volver a descubrir la fórmula de la eterna noche en que vimos estrellas muertas hace siglos, milenios, pero orgullosas de iluminar el futuro mismo, será el momento único y vital de volver a creer que, después de todo, valió la pena este paso por la existencia, este viaje que sabíamos terminaría tarde o temprano, pero con la constancia de la felicidad; porque en el momento más sombrío, nos dimos cuenta que podemos seguir hasta el final, y tuvimos la capacidad de reencontrarnos con el gusto de tiempos idos por el amor, simplemente el amor.
Mil gracias, hasta mañana.
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
Hace falta por todo lo anterior abrazar a la gente que uno ama, que nos ama. Abrazarla como si fuera asunto de sostenerse en medio de una tormenta en el mar que al final de cuentas es la vida, y saber que con todo y lo que diez, veinte, treinta, los años que sean, es posible asegurar, aquí sí, contra viento y marea, que tenemos guardado un salvoconducto cuando la eterna rutina nos quiere cerrar el paso, y ese es desde tiempos ancestrales, el amor.