De salud física y mental
Esta semana hemos visto atónitos la retirada de Simone Biles, la gimnasta olímpica estadounidense, tanto de la competición por equipos como de la individual. Inicialmente, el comunicado emitido por la federación de su país solo decía que era por un problema físico, aunque posteriormente la propia atleta aclaró que era por, como lo dijo ella literalmente, «los monstruos en su cabeza».
A raíz de esta noticia, hemos visto una gran cantidad de reacciones públicas, que podríamos dividir en dos grandes grupos. Por un lado, tenemos los comentarios que catalogan a Biles como una persona débil, falta de carácter, sin la capacidad para afrontar una final olímpica, insolidaria con sus compañeras y egoísta. Del otro lado, hemos podido ver comentarios llenos de empatía, que hablaban de la importancia de cuidar la salud mental y de la presión psicológica a la que están sometidos los deportistas de alto rendimiento.
Pero las enfermedades psicológicas no son un patrimonio exclusivo de los deportistas. México es el país de la OCDE donde más horas se trabajan en promedio por persona cada año y donde menos días de vacaciones se pueden disfrutar de toda Latinoamérica. Con este panorama, además de muchas otras circunstancias, no es ninguna sorpresa descubrir que la depresión y la angustia son los trastornos mentales que más afectan en nuestro país.
Los problemas psicológicos también tienen consecuencias en el ámbito empresarial: de acuerdo con un estudio realizado por la consultora Mercer, un trabajador con depresión falta en promedio 25 días al año, mientras que uno que padece de ansiedad no acudirá a su lugar de trabajo 20 días en el mismo periodo. Hablamos, por supuesto, de personas que han llegado a su límite y no son capaces de desarrollar su vida diaria, pero estas enfermedades no se dan de un día para otro. Existe una serie de síntomas previos, silenciosos, que van afectando poco a poco.
Uno de los principales problemas a los que se enfrenta una persona enferma de este tipo de patologías es el estigma social: no estamos acostumbrados a considerar a la ansiedad y la depresión como enfermedades reales. De hecho, solemos banalizar sobre el tema y utilizar dichas palabras en un contexto que nada tiene que ver con el padecimiento real. Cuando alguien cercano a nosotros comienza a mostrar algunos de estos síntomas, en el mejor de los casos solemos contestar con frases hechas que poco aportan a su recuperación. En el peor de los casos, los catalogamos de débiles, sin fuerza o «delicaditos».
Así como no pediríamos a una persona que se ha roto un tobillo que corra más rápido, a alguien que padece asma a que deje de tenerlo, o a un alérgico que intente no tener alguna reacción cuando entra en contacto con lo que se lo provoca, tampoco deberíamos pedir a alguien que está deprimido o que sufre de ansiedad que deje de tenerlo, que se anime y se olvide de sus dolencias. En todos los casos, el enfermo es incapaz de sobreponerse a su padecimiento. Y, así como lo haría con un problema físico, cuando alguien no se encuentra bien psicológicamente, debería acudir con un especialista. Los psicólogos y psiquiatras no son para la gente que «está loca». De hecho, así como de vez en cuando la gente se realiza una revisión médica, también de vez en cuando deberíamos acudir a los especialistas del campo de la mente.
Si alguien cercano a ti comienza a mostrar algún síntoma que te haga sospechar que puede padecer alguna enfermedad psicológica, intenta mostrar empatía y apoyarlo, no intentes solucionarle su problema mostrándole tu visión de las cosas, y, sobre todo, no juzgues: lo que para algunos puede ser un problema inexistente, para otros puede ser un pozo del que le resulta imposible salir.