
Pan casero de naranja
La tía Lolita hacía un delicioso pan de naranja. Su cocina era un cuartito aparte, y ahí, infinidad de veces vi como mezclaba: huevo, leche, harina y mantequilla para formar la masa. Una sola vez me tocó rallar la naranja, “con cuidado hijo, sólo la parte de encima de la cáscara, nunca hay que llegar a la parte blanca porque es amarga”, me decía.
Una vez cocinado el pan, se apaga el horno y se dejaba ahí para que “no se bajara”, ya que con el cambio brusco de temperatura solía perder lo esponjoso. Por eso, estaba prohibido sacar el molde del horno, sobre todo si hacía mucho frío. La cocina de la tía Lolita estaba pequeña y aunque se guardaba el calor, no se sacaba el pan de manera inmediata.
Ahí, cada fin de semana se preparaba el pan de naranja y los flanes que todos los domingos iba a vender, caminaba con la mercancía acomodada en una canasta y una cubeta, ese fue uno de mis primeros trabajos en la infancia, recuerdo que me perdía de las caricaturas con tal de ir a vender y ganarme una comisión.
En esa cocina, también vi cómo se hacen los buñuelos de molde y el pan de muerto, de ahí salían las charolas de buñuelos azucarados, mezclados con colación y dulces o chocolates “de los buenos” para que todos disfrutaramos en las reuniones familiares de fin de año, la tía Lolita tiene años que se fue, pero cada vez que alcanzo a oler el aroma que desprende el pan de naranja; sí, el pan casero de naranja, no puedo evitar volver a esa cocina y recordar a la tía Lolita.