
Pasado
A menudo suelo pensar en que el tiempo no forma parte de uno. Obvio, no es algo tangible sino más bien, en ocasiones perceptible, algo que está con nosotros o sobre nosotros, qué sé yo.
Suelo creer que cuanto hemos vivido y viviremos nos dará una identidad que finalmente, luego de incontables repeticiones y años, nos quite esa venda que suele cegar los juicios, y coloque en su lugar una máscara de franqueza. Puede ser que esté en lo correcto, o puede ser que me vea equivocado.
Son ya varias las ocasiones en que antes de dormir me pregunto lo mismo: “¿Dónde dejo mi pasado?”. Naturalmente, no encuentro la respuesta mirando al techo dentro de la habitación oscura así que, indago en los laberintos de la memoria y tras una revisión amplia, profunda y en no pocas ocasiones, dolorosa, tomo un tren hacia los días distantes, esos que pintan de nuevo raspones en las rodillas, ladridos de un perro fuerte y enorme y, afortunadamente, rostros que se mantienen vivos pese al daño de las manecillas del reloj que a nadie perdona.
El pasado ahí está, por algo se ha determinado que sea eso: algo que se fue, que llegó un día pero de pronto pasó de largo sus mejores épocas y nos dejó en uno u otro punto de la línea vital que es la existencia del ser humano y que se rige por la peculiar individualidad que un ser superior nos ha brindado. El pasado ahí está, lejano del ahora pero, irónicamente, cerca de nosotros, porque nadie es nunca capaz de dejar atrás los recuerdos ni las vivencias de otros años.
No sé bien qué hacer con el pasado. Seguro estoy de que quienes lean, podrán sentirse identificados con esta sentencia. Nadie sabe realmente cómo o dónde debe encasillarse algo que un día fue pero que no pasará más, a menos que caigamos en la condena de repetir incansablemente eso que algún tiempo atrás tuvo razón de ser, pero hoy no es y mañana tampoco será.
Al pasado podemos verlo de frente aunque distante, y en la mirada seguro habrá ternura, nostalgia, anhelo o ira, todo ello causado por la fortuna que hayamos tenido en la ruleta, o la pena que se formara en la vida, pero es sencillamente algo, un ente, que no puede ignorarse porque forma parte de uno, de todos y también de todas. Al pasado podemos incluso abrazarlo, pero este ente ruín no siempre será cálido ni amable, porque cada quien tiene historias que se perdieron allá, tiempo atrás, y sin la dicha de poder consumarse.
No puedo dejar lo pasado ahí, en el pasado, porque ni quiero ni debo. Nada ni nadie, ni siquiera un pasado espinoso, merece quedar en el olvido por más turbio que fuere; nada ni nadie merece ser desterrado del pensamiento o los recuerdos, porque aunque todo ya haya pasado, nos ha formado y nos ha enseñado, y depende sólo de uno aprovechar o tirar por la borda esas lecciones, que, a decir verdad, no siempre sirven, a menos que el propósito nuestro sea llorar.
¡Hasta el próximo jueves!
Postdata: Lo ya pasado, pasado, sí me interesa…
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