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Otelo apático

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Terlenka         

Es una desgracia; y las desgracias acontecen en la realidad y en la imaginación, a pesar de que los límites entre ambas se estrechan y confunden. La imaginación muta en realidad destruida, cercenada y muerta por el paso del hombre. La realidad asume el desconsuelo de la imaginación, su fracaso inocultable, y su tragedia. Mas la desgracia a la que quiero referirme es a la que acontece cuando una mujer de piernas hermosas decide, es obligada o tiende por sí misma a esconderlas.

 

Ello significa una ausencia de piedad y un recato criminal, una desilusión que hace más chaparros a algunos hombres: y esto sin pensar que la altura corporal sea un valor en sí. Entre más oculta una mujer sus piernas los hombres empequeñecen como pulgas. En consecuencia, la burka no hace desaparecer el cuerpo de la mujer, y sí al hombre mismo: lo convierte en piojo, en chinche celosa e insignificante. El que es mujeriego no le miente a ninguna divinidad moral; y la pátina de incorrección o maldad con que se ha cubierto esta palabra proviene de una anomalía ética y de una imposición que llevan a cabo con minucia los sargentos del género y los guardianes de las costumbres puritanas. Ser mujeriego no necesariamente te empuja a la conquista o al acoso, ni a nada que pueda ofender a las señoritas (todas, hasta las abuelas, merecen llamarse señoritas); al mujeriego le gustan, simplemente, las plantas que crecen en el otro jardín, en la selva que se origina en lontananza, en el billar de al lado de su casa. Y en caso de que las desee e intente conquistar entonces sólo es un mujeriego idiota. Y ya.

 

La revista Crítica que dirige Armando Pinto, dedicó el año pasado un número a Gregor von Rezzori a quien yo había leído hace tiempo en una vieja edición de Seix Barral, y en el presente vía la traducción de Juan Villoro. A estas alturas creo que una vena del gusto literario se asienta en la simpatía y, sobre todo, en una complicidad que nace espontánea, y que aligera el peso de la soledad intrínseca a toda cosa sensible. En “Soy un diletante”, la entrevista publicada en Crítica, el señor Rezzori expresó que él siempre se encontró bajo las faldas de una mujer. Era un mujeriego, y además un cínico. Por ello, varias señoras que se apodaban a sí mismas feministas (quiero decir, cierto tipo de extremismo de género que deviene locura mediocre), lo acusaron y desdeñaron con saña. Sospecho que Dostoiewski llegó a decir “Todos salimos de debajo del capote de Gogol.” Y yo, como he escrito aquí antes, leo ese relato cada fin de año, de manera que en el mes de enero nazco otra vez alicaído, depreciado, abatido y proveniente de El capote, de Gogol. Y después de haber nacido de un cuento, uno busca las faldas de las mujeres, campamentos efímeros y confortables en los que se pernocta antes de seguir en la batalla que, sabemos o presentimos, tendrá que perderse. Por ello, la mujer que no muestra sus piernas es como el anfitrión detestable o el mesonero que cierra las puertas al viajero famélico. Se nace en la literatura y se vive bajo las faldas de las mujeres.

En la revista ya citada, y respaldada por el conocimiento y traducción de José Aníbal Campos, Rezzori escribe en Monólogo del desorientado que él es “Un poco tramposo y vagabundo, pero demasiado atado a los lugares; algo de colono tengo, pero soy demasiado inquieto; algo de coleccionista, de conocedor, pero demasiado indiferente, sin pasiones definitivas: un Don Juan sin libido especial, un Otelo sin sed de venganza, un Hamlet sin preguntas acuciantes, un Werther sin el alma escindida que, además, sólo piensa en ganar dinero.” Y es que las faldas representan para algunos hombres, como para Rezzori, los signos cartográficos por excelencia: el astrolabio fundamental. Si este juicio posee alguna nota de verdad, entonces los celos no tendrían que ir acompañados de la sed de venganza o el martirio: se asumen y se les deja vivir y morir en la apatía, como escribe el escritor nacido en la antigua, casi mítica, Bucovina. El Otelo apático podría llegar a ser el símbolo y esencia de una cofradía de escritores desorientados y poco profesionales, mujeriegos y denostados. Yo me apunto.