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Reconocimiento
La palabra que ocupa el título de esta columna es el centro del pensamiento de Axel Honneth, representante más conocido de la tercera generación de la Escuela de Frankfurt. También es el centro del penúltimo libro de Adela Cortina, sobre la Aporofobia. ¿Pero qué tendrá en sí este término para adquirir tanta importancia?
En primera instancia, podemos decir con el autor alemán más arriba citado, que el reconocimiento es lo que se admite que otra persona. Este reconocimiento en su primera fase tiene que ver con verla con la dignidad que le corresponde. En su segunda fase, el reconocimiento necesita de un respaldo legal y social que asegure los derechos que le corresponde por su condición de ser humano. Cualquiera de estos dos momentos que no se respete implica graves quebrantos para la persona. Si no se le ve como ser humano digno o no se le cuidan sus derechos sociales y cívicos, se corre el peligro de aniquilar a la persona en el sentido de hacerla nada, de no considerarla ni tan siquiera como existente, caso por ejemplo de los pobres que no tienen nada que ofrecer a cambio en nuestra sociedad y son marginados por ello, tal y como analiza la autora valenciana.
En segunda instancia, el reconocimiento puede hacer referencia a una actitud propia de la persona. Cuando toma sus decisiones libres puede suceder que se equivoque. Formará parte de su madurez y crecimiento aceptar que se ha equivocado y que ha de corregirse. Es, en definitiva, una actitud de honradez como basamento para ser coherente consigo misma.
Podríamos encontrar más sentidos (observación de la realidad, capacidad intelectual…), pero quedémonos de momento con estos dos. La primera instancia es lo que el yo acepta del tú. La segunda instancia es lo que el yo acepta del propio yo. Ambos movimientos son necesarios, deben darse de manera correspondiente para que tanto el individuo como la sociedad vivan en armonía y aprendan de sus deficiencias y diferencias.
En nuestro país tenemos urgencia de ambos movimientos. Muchas personas viven sin ser consideradas por más que las autoridades digan que todos somos iguales, la Constitución lo avale y todos estemos convencidos. Millones de nuestros compatriotas no tienen para vivir, sus derechos más elementales no son respetados y, literalmente, su vida no vale nada, que diría José Alfredo. Ni la ley, ni la sociedad, ni nosotros, les reconocen sus derechos inherentes.
Mas también necesitamos de la segunda instancia. Es muy frecuente que cuando no nos ven hagamos lo que nos parezca. Es también frecuente que cuando nos ven hagamos lo que conviene. Y cuando nos descubren en un error buscamos echarle la culpa a alguien o reaccionamos con violencia para que nadie nos diga nada.
La madurez de nuestra democracia depende inevitablemente de que acompasemos estas dos instancias mencionadas. Las desigualdades, el agandalle, las desapariciones forzadas, la violencia en que vivimos, las muertes no contabilizadas de Covid 19, los robos, las violaciones, las agresiones verbales, el albur, el ninguneo… tienen su origen en la falta de reconocimiento recíproco de las personas que formamos nuestra sociedad mexicana. Si este análisis es cierto, ¿qué podremos hacer para respetarnos y reconocernos unos a otros sin excepción?