Pido la palabra

Pido la palabra

La estrategia de la confrontación…

Sin medir las consecuencias, el lenguaje con el que algunos candidatos o servidores públicos pretenden llegar al ánimo de los electores dista mucho de la propuesta congruente que el país necesita para su desarrollo, esos agitadores de la política, en ausencia de una oferta legislativa viable, deciden irse por la fácil: el engaño al prometer lo que no pueden; el ataque, el denuesto; el chantaje sentimental al crearse una atmósfera de mártires de la democracia, haciendo creer a la ciudadanía que son objeto de malévolas persecuciones políticas.

Pero a esos políticos de ocasión, su pequeña estatura de miras no les permite darse cuenta que, usar un lenguaje destructivo, lleno de rencores enfermizos, polarizando a la sociedad entre lo blanco y lo negro, lo único que están ocasionando es crear un peligroso clima de enfrentamiento que puede desbordar pasiones y llevar a la violencia absurda.

Una muchedumbre enardecida se vuelve irracional, solo actúa y no piensa, es capaz de rebasar cualquier orden establecido y convierte en dogma todo pensamiento que se identifique con el movimiento que estén llevando a cabo, ya sea para reforzar dicho movimiento, o tal vez para justificar sus violentas acciones; el caso es que una masa montada en su macho es difícil de controlar y eso no lo quieren entender los candidatos que llevan sus alforjas llenas de agresiones a las autoridades y a los adversarios, y para justificarse, lo único que se les ocurre decir es que fueron provocados, cuando en conclusión, resulta que con sus acciones ellos fueron los únicos provocadores. En estos casos, hasta un mínimo detalle se vuelve una alerta roja.

Habrá quienes minimizarán los hechos y los considerarán como acciones aisladas, sin embargo, es de resaltar que la población que toma acciones violentas siempre justifica sus actos con el argumento de que son víctimas del sistema y de la opresión y discriminación de alguna autoridad o grupo social a los que simplemente llaman “sus adversarios”; argumentos todos ellos, que paulatinamente han sido inyectados por la esquizofrenia de los deseosos del poder frustrado.

Otros más, hacen uso de la violencia para evadir responsabilidades; la confrontación y la violencia se están convirtiendo en el principal argumento de defensa contra todo aquello que afecte a intereses personales; saben que las Autoridades trataran de conciliar y en muchos casos terminarán éstas por negociar con los rijosos en aras de mantener tranquilidad social, tal y como acaba de suceder con el tema del aeropuerto en Oaxaca.

Sin embargo, esa disposición de conciliación en algunos casos es malinterpretada por la parte beneficiada; interpretan el ánimo conciliatorio como un signo de debilidad de la parte contraria, provocando con esto que se polaricen las posiciones; esa actitud de negociar la disciplina y el orden envalentona todavía más a los grupos radicales y oportunistas, los cuales lejos de pensarlo dos veces antes de volver a la práctica de sus acciones ilícitas, es un fuerte aliciente para repetirlo cuando así convenga a sus intereses personales o de grupo, pues saben que si una vez les dio resultado, lo más seguro es que todas las veces salgan ganando algo.

Por todo lo anterior, en la presente contienda electoral, los candidatos deben dejar de lado el lenguaje incendiario que se puso de moda desde las elecciones presidenciales del 2006, ya se vio la ineficacia de éste, pues solo logra exacerbar los ánimos y sembrar un profundo rencor de mexicanos contra mexicanos; la confrontación debe dejar de ser la estrategia de campaña.

La propuesta es la que se debe privilegiar, esa es la oferta que los Partidos Políticos deben llevar a todos los rincones del País; no deben engañar al electorado con promesas que quedan fuera del alcance de su gestión; por ello no deben caer tampoco en promesas frágiles en su cumplimiento; luego por esa razón surge la violencia, luego por ello, los incumplidos tienen que radicalizar también sus posturas para no ser quemados, y para ello, siempre se van a lo más fácil: echarle la culpa a los adversarios para justificar sus propias irresponsabilidades.

Cumplir la ley no es atentar en contra de la democracia. Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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