
Au revoir, Mélancolie!
Mientras veía caer el agua de la fuente incrustada en el medio del jardín, vino a mi memoria un pensamiento que atravesó el frío cielo en forma de un pajarillo volando; era un pajarillo de brillantes alas, emulando un poco aquella canción vieja que en mi infancia sonaba en el modular de la casa donde vivía.
Buscaba ciertamente esa ave un poco de dulzor entre las rosas ya muertas, y al no encontrar el néctar dulce, optó por irse por donde llegó, no sin antes dar un leve vistazo por el espacio apagado de ese sitio que, en otras fechas era el patio de recreo de quien escribe, y está reducido hoy a un museo cuya única pieza de arte, es la visita de ese colibrí que cada vez viene menos a mí.
Cigarro en mano y con los vientos despeinando el rostro fatigado y las barbas enredadas, se posa de a poco la noche en ese lugar, peculiarmente sólo en esa porción de cielo, tristemente sólo sobre mi cabeza que recibe el chubasco helado de las memorias fabricadas dentro de uno, ilusiones propias de las utopías narradas en la ficción que el cine o la literatura nos enseñó.
“Adiós, adiós melancolía…”. Canto un poco, suspiro otro tanto, y es entonces cuando rueda la primera lágrima de la tarde, esperando y añorando que sea esa la última del día, de la semana y si es posible, de este año en donde llorar se volvió una constante los primeros días, los más recientes y los de en medio. Llorar se volvió un brutal pero inservible desahogo cuando todo el mundo construído con pico y pala, piedra por piedra, de pronto se desvaneció en la impotencia de las manos que un día se vieron llenas, y apenas en un parpadeo fueron ligeras por no tener más que los dedos y polvo en ellas.
Sigue la fuente con sus apacibles caídas de agua. Del cielo caen también unos cuantos goterones que sucumben en la tierra seca de una ciudad que perdió su encanto en el instante en que la ilusión que hice de esta, se marchitó en el fuego tibio de un atardecer que me recordó el último día que caminé por mis calles favoritas, con la ilusión de encontrar de nueva cuenta ese suspiro en el viento que fuera como un soplo divino en este cuerpo de barro.
Se consume el cigarrillo y apenas he aspirado su veneno un par de veces, vaya, con la partida de la melancolía parece que también se han ido las ganas de fumar. Acaricio con los labios la cochinada esa, y con la previa caída de una primera lágrima, noto que fue también la única y última de esa tarde fría, seca como sólo las tardes pachuqueñas son.
Se consumió el cigarrillo. Apago lo restante contra la pared de ladrillos rojos y cuando retorno a este mundo, a este plano de la realidad que ustedes y yo compartimos, clavo una sonrisa hacia los luceros que empiezan a tintinear en el cielo y lanzo la colilla en el bote junto al pilar, bajo la mirada y en voz baja agradezco no sé a quién ni porqué, pero doy media vuelta y sigo con mi vida en el voluntario encierro que tengo en aquellas murallas amarillas que me abrigan, y que han visto mis mejores días transcurrir desde que llegué allí, hace casi tres años.
¡Hasta el próximo miércoles!
Postdata: Dije adiós a la melancolía, me ha dejado seguir, y yo a ella…
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