EL MERCADÓLOGO

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EL MERCADÓLOGO

De bots y haters

Los idiomas evolucionan para adaptarse a la realidad de la gente. Así, en los últimos años hemos visto cómo se incorporaban en los medios de comunicación y en nuestras propias conversaciones una gran cantidad de palabras nuevas, la mayoría relacionada con el desarrollo de la tecnología. Es el caso de bot, que en realidad es la palabra robot recortada. Con ella nos referimos a programas informáticos que son capaces de imitar el comportamiento humano y de realizar algunas tareas específicas.

Otro ejemplo de palabras de recién incorporación en nuestra vida cotidiana es hater. Con ella definimos a personas que, de forma sistemática, muestran un rechazo hacia una ideología, una persona, una marca, un partido político, etc. La relación entre ambas es que, muchas veces, los haters se valen de bots para conseguir una mayor visibilidad dentro de las redes sociales, extendiendo su mensaje de odio.

En ambos casos la inclusión de estas palabras en nuestro idioma son simplemente un reflejo de lo que está sucediendo en la sociedad. La intolerancia hacia quien piensa, actúa o tiene gustos diferentes es cada vez más frecuente, e incluso es peligrosamente bien vista. Como apunta Carlos Blasco en su artículo Odio tu marca (Reason Why, reasonwhy.es), «El dualismo en nuestra sociedad se ha convertido, en muchas ocasiones, en extremo».

No basta con ser seguidor de un equipo de fútbol, hay que odiar al rival. No es suficiente con tener una preferencia política, es necesario insultar a los que tengan una idea contraria. No hay que conformarse con tener una preferencia sexual, es imprescindible hacer chistes sobre cualquier otro tipo de preferencia. Así, poco a poco el mundo se va polarizando, pero lo más peligroso, la gente va dejando de cuestionar ideas, centrándose únicamente en el odio y el rechazo hacia lo diferente.

Según Empédocles de Agrigento, filósofo de la antigua Grecia, existen dos fuerzas en el universo que generan todo el movimiento existente: el amor y la discordia. La primera hace que los elementos se unan entre sí, formando nuevas estructuras; mientras que la segunda ocasiona el movimiento contrario, de separación. Con la acción incesante de ambas, el cosmos se mantiene en constante cambio.

Sus ideas, en cierta forma, siguen vigente en pleno siglo XXI, en el que la falta de empatía y la necesidad de encajar dentro de un grupo social hacen que el odio crezca. Además, tenemos otra desventaja: con la implantación de la tecnología en nuestra vida cotidiana, hemos cedido nuestra información a unos algoritmos que nos pueden meter en una espiral de bulos y mentiras, reforzando ese sentimiento de rechazo hacia lo que vemos como contrario.

Pero la responsabilidad no es de la tecnología, sino de nosotros mismos. Si hacemos caso a Empédocles, la forma de contrarrestar ese odio vertido en las redes sociales es con amor. Si utilizamos nuestro tiempo en la red en generar interacciones positivas, si somos capaces de informarnos sobre temas que desconocemos antes de juzgarlos, o si decidimos no participar en el juego de la descalificación hacia los que no piensan igual, estaremos generando esa fuerza contraria. Y seguramente podamos construir cosas nuevas en lugar de separarnos de los demás.