“Fui canción y guitarra, fui poeta,
soñador y romántico, fui loco,
y me bebió la vida poco a poco.
En el teatro del mundo, sin careta,
me interpreto a mí mismo, sin recelo.
Soy padre de tu madre: soy tu abuelo”.
PGH, Sonetos a Jorge Ángel.
Decíamos ayer, en remembranza al escritor y político Jorge Cejudo, que para escribir es necesario ser audaz ¡Yo soy audaz! Y continuábamos: para publicar y exponerse al juicio de los demás es necesario tener valor y ser inteligente ¡Yo soy audaz!
Sirva esta primera aparición de 2016 para tres propósitos fundamentales: el primero, agradecer la presencia de quienes me ratificaron su amistad al asistir a la presentación de la segunda compilación de estos artículos que, bajo el título, Reflexiones de un Magistrado, el Poder Judicial del Estado tuvo a bien publicar dentro de la Colección Palas Atenea, por decisión de su Presidente, Maestro Juan Manuel Menes Llaguno. El segundo, ofrecer una disculpa a quienes por diversas sinrazones, omití mencionar u ofrecer las atenciones que su presencia merece y el tercero, cumplir mi amenaza de continuar semanalmente con este catálogo de intrascendencias. Dicho lo anterior entro en materia.
Aun desde un punto de vista estrictamente laico, el inicio de un nuevo año obliga a la reflexión, más aún cuando el pasado crece y el futuro se acorta. Seguramente en circunstancia parecida Pablo Neruda escribió “Confieso que he Vivido”, Amado Nervo acuñó su célebre frase: “Vida, nada me debes, vida, estamos en paz” y otros, un cúmulo de anécdotas, vivencias que toda biografía lleva consigo aunque solamente algunos privilegiados consiguen plasmarlas en letras de imprenta; lecciones para las nuevas generaciones. Desde luego sería altamente presuntuoso ubicarse dentro de los personajes cuyas vidas se constituyen como arquetipos de validez universal pero… algo es algo. Los simples mortales; los anónimos miembros del infelizaje, nos conformamos con dar buenos consejos ahora que ya no podemos dar malos ejemplos, como dijera el clásico.
“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Quiérase o no, se acumulan nostalgias, se reviven experiencias, gratas e ingratas, que cambian la vida como aquella que, en lo personal viví, al nacer mi nieto Jorge Ángel quien, el treinta de diciembre cumplió ya diez años (parece que fue ayer). Entonces escribí: “En medio del camino de la vida. / Como Dante, perdida la esperanza / En círculos sin tiempo y sin salida. / Surgió una tenue luz en lontananza / Renacimiento del vital consuelo: / La suprema virtud de ser abuelo.” (prematuro, por cierto).
El ocio vacacional propicia también, por ejemplo, el análisis de las conductas infantiles, la formación y deformaciones que impone, en todo niño, la familia; aprendizaje que se prolonga en la escuela y jamás termina en las diferentes facetas de la sociedad, así se cumplan cien años. Cada día se aprende algo nuevo, también se reafirman paradigmas. Así pretendo explicar la irracional religiosidad que muchas personas conservan durante toda su vida, solamente porque así los educaron; porque no conciben su vida sin la misa dominical ni pueden ver a un sacerdote sin identificarlo como representante de Dios en este “valle de lágrimas”.
Al observar a los jóvenes (y a algunos adultos) cuya manía telefónica raya en lo patológico. Cuando las pláticas familiares de mesa y sobremesa se convierten en reuniones de solitarios, ensimismados en diálogos-monólogos con sendos y sofisticados aparatos, dentro de una virtual realidad que los integra a redes invisibles de esotérica naturaleza cibernética, no se puede menos que comparar y pensar si sería preferible enfrentar a una adolescencia rebelde aunque su causa no estuviera definida. Alguien en su tiempo decía: “existen jóvenes rebeldes sin causa, pero también causas sin jóvenes rebeldes”.
En el esquema actual, se cuela el tema de la felicidad para dar sentido a la vida y la consecuente pregunta ¿Qué es la felicidad? Seguramente habrá tantas respuestas como individuos. Lejos están los viejos ideales de Sócrates, quien visitaba los mercados para darse cuenta de cuántas eran las cosas que él no necesitaba; o de los estoicos quienes por medio de la carencia y del sufrimiento llegaban a la suprema felicidad de la Ataraxia (una especie de plena insensibilidad), o de los epicúreos para quienes el placer era única fuente concebible de felicidad; así como para el sabio de todos los tiempos, quien no concibe mayor felicidad que alcanzar el conocimiento… Hoy parece que vivimos en el espíritu del tener: tanto tienes, tanto vales. Tengo, luego, soy feliz.
Recientemente, en una reunión de amigos, resurgió el libro De Animales a Dioses, del intelectual judío Noah Harari quien afirma, en esencia, lo siguiente: la felicidad no es un estado; se manifiesta por momentos. En estricto respeto a las bases biológicas de la conducta, la felicidad surge de una reacción química que estimula a las neuronas. El estimulo puede ser externo o interno. Si es externo, la felicidad se nutre de los sucesos objetivos, de las vivencias, de las experiencias. Si es interna, la misma sensación placentera, puede conseguirse tomando Prosac o cualquiera otra de las drogas de consumo común en nuestra sociedad.
De todos modos ¡Feliz 2016!
Enero, 2016.