- Khalaf Abdelkarim es sirio y tiene 15 años. Desde hace más de tres años vive en el Líbano con su familia, que huyó de la guerra en Siria
Resignación. Es lo que se lee en los ojos adolescentes de Khalaf Abdelkarim. Tiene hechuras de 15 años pero una mirada gastada. Tiene sueños de 15 años pero siente que su vida ha quedado varada. Tiene el brío de un adolescente pero la pesadumbre de alguien que se ha hecho mayor de pronto, a punta de fusil. Cuando la guerra te atrapa, ya no te suelta. Y a su familia la tiene cogida por las entrañas. Su hermano mayor, Ahmad, desapareció en Siria. “No sabemos dónde está ni cuál es su destino. Quizá está detenido, quizá está en prisión…”. Queda en el aire otro quizá, el de que puede haber muerto.
La desaparición de Ahmad ha dejado a sus dos hijos pequeños al cuidado de Khalaf, su tío, y sus padres, sus abuelos. Khalaf sostiene a uno de ellos en sus brazos para la foto de familia. Posan sentados todos en un viejo sofá. Las otras pertenencias de la familia son la estufa que preside el centro de la tienda (todo un lujo en el crudo invierno de esta región libanesa) y unas cuantas mantas.
No pudieron traer nada de su antigua vida en Siria, sólo unos pocos anhelos y la esperanza de volver algún día a reconstruir su casa de Alepo y sus vidas rotas. Khalaf y su familia son refugiados y su odisea simboliza la de los más de 60 millones de personas de todo el mundo que, como ellos, han tenido que huir forzosamente de sus hogares y renunciar a muchas cosas para salvar lo esencial, la vida.
En 2015, se batieron récords de desplazamientos forzados en el mundo. Los conflictos de Siria, Irak, Afganistán, República Centroafricana o Sudán del Sur siguen cobrándose su precio en vidas y en exilios. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hoy, una de cada 122 personas en el mundo se ha visto en la obligación de dejar su casa.