UN INFIERNO BONITO

UN INFIERNO BONITO

“EL CHILAQUIL” 

En un cuarto de una vecindad de adobe a punto de derrumbarse, en el barrio del Arbolito, cerca de La Zanja, en una casa con el techo de lámina, piso de ladrillos y donde en partes le faltaba aplanado a las paredes, se encontraba el minero Gustavo Martínez, mejor conocido como “El Chilaquil”, agonizaba y su familia estaba con él.

Se le había desarrollado la enfermedad de la Silicosis, que le da a los mineros por el polvo que se les clava en los pulmones. Estaba acostado en un catre desde hacía dos semanas, sin poderse parar, luchando a calzón quitado con la muerte.

Comenzó a toser muy fuerte, espantando a sus familiares; parecía que se le iba a salir el bofe, sacaba los ojos muy angustiado, las venas del pescuezo se le inflamaban, se ponía como camote y le faltaba el aire.
Su vieja corrió a llevarle un trapo para limpiar las flemas, con el aventador le echaba aire, y le daba palmadas en el lomo.

  • ¡Cof cof! ¡Ay, cabrón!
  • ¡Ya, viejo, descansa un poco, por favor trata de no toser!
  • ¡No puedo, vieja! Por más que le hago la lucha, esto está demostrando que tengo los pulmones hechos atole.

Uno de sus hijos le gritaba a la señora.

  • ¡Mamá, mi hermano quiere hacer caca!
  • ¡Ponle la bacinica!
  • ¡No quiere, le va a ganar en los pantalones, córrele!

La señora dejó a su señor y fue a ver a sus hijos, al más grande le dio un jalón de greñas, y al chiquito lo agarró a nalgadas.

  • ¡Chacho cochino! Tienes todo el día para cagar y se te ocurre ahorita que estoy atendiendo a tu padre.

Le dio de nalgadas y lo metió en una tina de agua fría para lavarle la cola, y le dijo a su hijo más grande:

  • ¡Sácalo y ponle su calzón!

Regresó con su señor que no dejaba de toser, le limpiaba las flemas, le puso una almohada a manera de que estuviera semisentado, destapó un frasco de jarabe y la echó en una cuchara y se la dio en la boca.

  • ¡Tómate tu jarabe, Gustavo, ya te toca!
  • ¡Ay, vieja, mejor cámbialo, esta madre no me hace nada!
  • Me dijo el doctor de la Clínica Minera que te lo tomes tres veces al día.
  • ¡Esos güeyes se hacen pendejos! Saben que la silicosis no tiene cura.
  • ¡Debes de cuidarte, Gustavo, no sabes lo preocupada que estoy, las mujeres de los mineros sufrimos más que ustedes en su trabajo al verlos enfermos, ya estas amarillo y flaco!
  • No te preocupes, vieja. Ese fue mi camino, mi abuelo, y dos carnales murieron de lo mismo, mi vida está a punto de terminar, ando rasguñando las nubes; hace rato vi a San Pedro. Lo que deberías de hacer es darme una botella de tequila, para que me emborrache por si llego al infierno, no le tenga miedo al pinche diablo
  • ¡Mira nada más! Lo que debes hacer es echarle muchas ganas, pídele a Dios que te mande el alivio. Ya le prometí a la Virgencita de San Juan de los Lagos que si te alivia, vamos a su templo.
  • ¡No mames, vieja! Mejor llévame a Acapulco, a mirar tanta vieja buena en bikini, igual y así se me levanta el ánimo.
  • No te la pongas difícil, viejo, mejor vamos a echarnos un caldito.
  • ¿Pero cómo me pides eso? ¡No ves que me puede hacer mal!
  • ¡De pollo, no seas payaso! Voy al mercado a comprar unas mollejas, unos higaditos, y con arroz hasta te vas a chupar las uñas. Me voy a llevar a los muchachos para que no te hagan ruido y te dejen descansar.
  • ¡Déjalos que hagan lo que quieran! ¿A qué horas llegan los demás?
  • Ya no tardan, voy a dejar hirviendo el agua, para que cuando llegue esté al puro tiro, eche la carne y al mediodía ya le estaremos dando en la madre al pollo.

La señora le dio instrucciones a su hijo, que tenía 6 años de edad:

  • ¡No dejes que tu hermanito chille, juega con él, no molestes a tu padre, si el niño tiene hambre dale un bolillo con café, no me tardo.

La señora agarró el rebozo y su bolsa y salió hecha la madre, al poco rato fueron llegando los demás hijos del “Chilaquil” de la escuela, otros andaban en la calle; le preguntó su hija mayor de 14 años:

  • ¿No se te ofrece nada, papá?
  • ¡No, hijita, estoy bien!
  • ¡Tienes tus labios secos, te voy a dar un poco de agua!¡Agua! Si no soy rana. Gracias hija pero siempre he sido alérgico a 
  • esos líquidos.

Llegó la señora del mandado y se puso a cortar el pollo, lo echó a la olla, y se fue a acercar con su viejo.

  • ¿Cómo te sientes?
  • ¡La verdad de la chingada, yo creo que me voy en el carro de la una! Todos los mineros tenemos esta suerte de estar sufriendo, por eso envidiamos a los que se matan dentro de la mina, les cae una piedrota a media madre y ni pío dicen.
  • ¡Cállate, mi amor, tú tienes que vivir, ¿imagínate que voy hacer con 14 hijos? Te los aventaste uno cada año. Hay gente que me critica y me criticaban y atrás de mí me decían “La Coneja”.
  • ¡Es que tomaba pulque muchachero, y no te escapabas!

La niña mayor puso la mesa, cada uno de sus hermanos jalaron su cajón para sentarse y se pusieron a comer, la señora muy contenta escogió un pedazo de pechuga y se la llevó a su señor, con un caldito de pollo.

  • ¡No tengo nada de hambre, por Dios vieja!
  • ¡Cómo que no, si no te apuras los niños nos van a dejar de comer. Ya ves que esos cabrones comen como pelones de hospicio!

Al “Chilaquil” se le estaban haciendo los ojos de borrego y llamó a todos que se pusieran alrededor de su cama, la señora se sentó en su cabecera y les dijo.

  • Ha llegado el momento de despedirme de ustedes, les pido que se porten bien, busquen la manera de seguir estudiando, perdónenme que no les haya dado lo que ustedes merecen, la verdad no pude, siempre he estado jodido.

La señora comenzó a llorar amargamente contagiando a sus hijos, le apretó la mano a su esposo y le dijo:

  • ¡No te vayas!
  • No es porque yo quiera, me llevan, apenas los distingo, pero no llores. Me voy contento porque en esta vida ya cumplí, traté de ser mejor y valí madre por esta pinche pobreza. Perdóname, vieja, por todos los sufrimientos y los madrazos que de vez en cuando, te di. ¡Acérquense todos para que les dé un beso!

Sus hijos no dejaban de llorar, “El Chilaquil” con las manos temblorosas les hizo caricias y le salieron las últimas lágrimas.

  • ¡Adiós, vieja. Te dejo un paquete duro, tienes que luchar para que ninguno de los niños sea minero. Haz que estudien, que sean honrados, que no tomen, dirás que el diablo predicando; pero incúlcales el trabajo, que no sea de minero, que no sean como fui. Si no mejores.

La señora ahogándose con sus lágrimas, lo abrazó y le dijo:

  • ¡No te vayas viejo, me haces mucha falta!
  • ¡Dame un beso! 

La señora se limpió las lágrimas y se le acercó.

  • ¡Para la trompa, así como me diste el primero, y ahora el último!

“El Chilaquil” sonrió y soltó el cuerpo, la señora le cerró los ojos y entre palabras entrecortadas por el llanto, les dijo a sus hijos:

  • ¡Su padre ha muerto! hínquense, vamos a rezarle un Padre Nuestro a ver si de chiripada, lo deja entrar San Pedro al cielo.

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