LAGUNA DE VOCES

Enseñanzas da la pandemia II

En realidad, y si algo hemos aprendido de la pandemia, es que al bien más preciado que es la vida poco le importa si la lista de suspirantes a una diputación federal, local o a la secretaría general de un sindicato puede representar riesgo para el Ultra Proyecto de algún personaje. Si algo intentamos aprender es que la política es un camino retorcido para llegar a un mismo lugar, con todo y que existe el que va en línea recta.

En realidad, si el Presidente de la República decide ponerse o no el tapabocas, insistir en su discurso de los medios informativos neoliberales, fifís y corruptos, importa muy poco cuando descubrimos que no podemos ni debemos encargarle nuestra salud a nadie más que a nosotros, porque en términos concretos somos los únicos responsables de la misma, si aprendimos la lección de amar la vida.

En realidad la pandemia nos hizo más viejos de lo que somos, y volver a repetir el juego antiguo de adivinar quién sucederá al gobernante estatal, al nacional, al del mundo entero, resulta tedioso y sin sentido, cuando es deber invertir el tiempo que nos quede en adivinar el rastro de dignidad que debemos heredar a nuestros hijos y nietos.

Algo más valioso deben descubrir también los que se dedican a la incansable búsqueda del poder para atraer a potenciales votantes, porque estoy seguro que al igual que todos, algo habrán aprendido de estos tiempos de zozobra y miedo, con todo y que pareciera lo contrario cuando vemos a un Jefe de la Nación más interesado en colgarle adjetivos a los medios que no piensan como él y seguir la eterna ruta de culpar al pasado ignominioso y depravado.

Es muy posible que como sociedad empecemos a avanzar para buscar un líder que tenga poco de tenebroso y maquiavélico, si en cambio la calidad humana de quien simplemente aprecia la vida como el bien más valioso, y por lo tanto lo hará con quienes en su momento lo puedan llevar a algún cargo.

Algún tiempo fuimos aficionados de hueso colorado a las tareas de grandes adivinadores, y poco faltó para que compráramos turbante y uniformes de gurús para desempeñar mejor ese papel. Nos afanamos en ser los primeros de los primeros, en dar a conocer el nombre del elegido por los mismísimos dioses, y luego presumíamos esa capacidad de profetas. Era divertido.

Pero es imposible asomarse a los 60 años con gustos de adolescente en lo mental, y todavía desperdiciar el tiempo en las artes del que mira al cielo con gesto contrito para iluminar a sus seguidores, con la buena nueva de que un nuevo redentor, o redentora, se asoma a la esquina del poder, y lo mejor: sabe su nombre.

Debemos conocer cotidianamente a los que mandan, no solo dedicar el esfuerzo a cumplir el rito antiguo de ganar la carrera del destape. Y no, de ninguna manera me refiero a conferencias de prensa cotidianas que solo nublan aún más la posibilidad de saber qué piensa en términos reales y no de escenografía.

Cada ser humano tiene una historia verídica, sentida que contar por muy poderoso que pueda ser. Ese es el único camino para indagar en el alma que pudieran cargar entre pecho y espalda.

En tanto, alguien más se interesará por el juego de las profecías, en hacerle de adivinador y luego presumir que lo logró antes que cualquier otro.

La pandemia, cierto, nos ha cambiado, pero evidentemente no tanto.

Llega un tiempo en que casi todo se reduce a conservar lo poco o mucho que se ha logrado, y eso tiene que ver con la amistad, la real, la que no cambia porque los tiempos son otros. La que no apuñala por la espalda al ritmo de sexenios. La real, la que se reduce siempre a no más de cinco amigos, la mujer amadísima y la esperanza de que el futuro nos vea en su camino.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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