LAGUNA DE VOCES

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La historia de “los otros”

Amanece igual que todos los días del año que ya se fue y el que apenas empieza. La pandemia lejos de haber generado un sentimiento de unidad, se ha traducido en una constante confrontación que tiene como escenario las redes sociales y los foros de los periódicos diarios, a falta del encuentro pugilístico cara a cara. Todo porque de pronto cada cual tiene sus culpables del cementerio que ya no es solo de víctimas directas o indirectas del narco, sino de la Covid-19.

Por supuesto, deben agregarse los grupos en WhatsApp de los ex condiscípulos de la universidad, durante largo rato dedicados a recordar los tiempos de estudiantes, a desearnos un buen día, a estar de cerca cuando alguien enferma. Hoy descubro, dedicado a lo más trascendente de la existencia, porque nunca habrá nada más importante que traer al tiempo presente lo que fuimos, lo que anhelamos, lo que creímos posible en la juventud. De alguna manera seguimos nuestro propio rastro por la tierra de la vida.

Sin embargo, hasta en esos espacios empezó a colarse la constante que hoy padece la nación dividida en dos bandos irreconciliables: los que son pro AMLO y los que no, y como producto la certeza de que por lo tanto son enemigos. A mí como a muchos, nos resulta que a punto de arribar a los 60 en diez meses, dejó de interesarme la afición antes tan celebrada de descalificar a “los otros” por no estar del lado de la justicia para los oprimidos eternos del mundo. Lo mismo quienes están seguros que “los otros” eran poco menos que hijos de la violencia y el desorden.

De todos modos amanece igual, sea día feriado o no. Somos los mismos que se asoman un lunes 1 de febrero a la ventana cuando cae el día, se prenden los faroles del jardín y nos descubrimos cada vez más incrédulos, hastiados del miedo y el espanto porque en una de esas somos las siguientes víctimas del virus, luego que hasta hace poco nos dábamos por descartados porque para los 60 años todavía faltaba mucho.

Cansados de que la historia se repita, las argucias, los requiebres de la verdad para ajustarla a las conveniencias, la búsqueda irrefrenable de poder cuando la muerte es simple y llanamente la ganadora absoluta, a la que nadie le disputa su lugar único y majestuoso en el mundo caduco y sin rumbo.

Algo grave puede pasar en el país entero, culpa de nadie porque todos estamos empecinados en confirmar que el otro es el equivocado, el fanático, el imbécil, y tanto tiempo ocupa esa tarea que igual en un barco que se hunde, nadie se ocupa de tapar el boquete por donde se mete el agua que a todos nos llega a la cintura.

Recordemos a nuestros difuntos, los de ayer y los de ahora, que en ese lugar donde están importa poco si se fueron por una enfermedad cualquiera, por edad, o por el virus de moda que a toda costa queremos cargarle un peso de culpabilidad… para los otros.

Hace tiempo que no visito el panteón donde enterramos a mi padre y está claro que ir para ponerle flores, platicarle de lo que pasa en la vida de sus hijos, sus nietos, con toda seguridad le permitirá sentir que su paso por la existencia fue bueno e importante, porque lo recordamos.

Hay tanta muerte en el país, siempre la ha habido, que ya empezamos a olvidar a nuestros difuntos y eso es malo. Perder el recuerdo nos hará invisibles cuando sea momento de partir, provocará que un día “cualquier nadie” sepa de su existencia, y por lo tanto de la nuestra, fruto de ellos.

Ese día, a la hora exacta que marca el olvido, seremos nada, como nada es hoy mismo la necia constancia de entregar tiempo y amistades a la lucha sin cuartel siempre en contra de los otros, porque los otros son los que se equivocan, nunca uno.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta