
Yo era un globito
Yo era un globito, pero me desinflé. Su hermoso rostro era todo lo que había quedado de aquél hombre robusto y acuerpado que fue motivo de envidia por algún tiempo en el gimnasio. Había perdido todo por un hombre y ahora estaba ahí, sentado en el sofá, tratando de recuperar su autoestima.
Medía poco más del metro con ochenta centímetros, y la piel que alguna vez cubrió sus músculos se había convertido en una cortina con pliegues y estrías que colgaba como telón en un teatro. Nunca lo hubiera podido ver así, pero de esa forma era en la que Jonás, se describía.
En la tercera sesión, se levantó la playera; me dijo que no entendería jamás el juego macabro que su piel le jugaba; que había pasado de ser una escultura a un globo que según él “se había desinflado”; que tras la llegada del amor, había tenido que quedarse en casa con un hombre que le dio todo lo que hubiera podido tener, con el que creyó que el amor estaba por encima de su cuerpo, el mismo que le prohibió, con sus celos enfermizos, regresar al gimnasio.
El amor se acabó cuando comenzó a engordar, cuando su vida se hizo sedentaria a causa de “tanto amor”, figura con la que se disfrazaron los celos enfermizos de una mente enamorada solo de un cuerpo. “El amor se acabó, cuando el globito se infló”, fue lo que me dijo, conforme avanzabamos en su caso.
Las críticas, los insultos y las humillaciones provocaron que Jonás se quedara sin comer, que vomitara con la culpa cada vez que metía en su boca algo realmente delicioso, ahí fue donde el espectro del deseo que se disfrazó de amor se acabó: “yo era un globito; que se infló de más; y que luego se desinfló”.
Un año después, Jonás apareció para despedirse, él dijo que cambiarían de ciudad. La sonrisa había recuperado su lugar en su rostro; sí, nos engañó a todos. Aquella tarde, ese “globito” voló para no volver más, se fue a una ciudad a la que se va en soledad, así, sin decir más…