RETRATOS HABLADOS

No callarse la boca ante ningún abuso

Los niños de 8, 7 y 3 años de edad asesinados por su padre en la unidad habitacional 11 de Julio de Pachuca, apenas iniciado el año, estaban muertos desde hace mucho tiempo cuando el hoy victimario estuvo seguro que no había otra solución al conflicto que padecía con la existencia, que matar a los pequeños como una forma de responderle por todos los males padecidos, y porque en su razonamiento eran los únicos responsables de lo que vivía. Por lo tanto él no, y como consecuencia nunca observó su posterior suicidio como final.

No pasó mucho tiempo para que en las cada vez menos benditas redes sociales surgieran los que clamaban por su linchamiento, al que una inmensa mayoría se sumó porque la edad de los niños y su muerte a golpes ameritaban, según los jueces y verdugos, su inmediata ejecución que desde su palco con vista espectacular a la arena, expresaron con el dedo pulgar hacia abajo. 

Erigirse en vengadores cobró una repentina preferencia al grado que alguien ofreció 100 mil pesos para quien diera informes del sujeto desalmado y malévolo, en una sociedad que apuesta todo a la extinción del otro como única forma de sobrevivencia, y que gusta tirar la piedra sin mirarse la cara, los ojos, la conciencia.

Está claro que nadie en su sano juicio saldría a la defensa de quien, por el motivo que haya sido, asesina a sus hijos. Pero tampoco es cuestión de unirse a la turba, hoy a través de la modernidad, que busca venganza para solucionar nada. El asesino debe purgar una condena de por vida en la cárcel, y esto solo puede lograrse a través de un proceso judicial que debe ser ejemplar en todo el sentido de la palabra. Es evidente que el mejor de los escenarios para el hoy prófugo es una muerte inmediata, que sin embargo resulta lo peor para una sociedad cada vez más carente de caminos de solución a su propia angustia.

El crimen tampoco servirá como lección para una “sociedad enferma” y etcétera, etcétera. Buscar que todos asuman una responsabilidad como se anota, es igual que linchar en bola a una persona y asegurar que el responsable es Fuente Ovejuna, lo que también es igual a que todos lo hicieron y por lo tanto nadie.

Por eso no hay aprendizajes de ningún tipo en hechos como el anotado, como no sea la compasión sincera y honesta por los pequeños victimados, así como sus parientes más cercanos.

El hecho sustancial es que una sociedad está conformada por individuos y no un todo que acostumbra actuar en ese mismo sentido. La individualidad ayuda a evitar ser presa de líderes populistas que todo lo fundamentan en hacerse de esa mayoría sin rostro para sus muy particulares fines.

Luego entonces, ¿qué lección o aprendizaje podemos obtener de este terrible hecho?

Probablemente ninguno, o tal vez que para los niños de 8, 7 y 3 años de edad terminó un infierno que habían vivido prácticamente desde su nacimiento y que de manera irremediable no navegaba hacia ningún puerto seguro.

Con toda seguridad a que si los hechos violentos tenían antecedentes, seguramente algunos de sus vecinos tenían conocimiento de que algo grave sucedía en el departamento hoy marcado con los números de la pesadilla, pero como en estos tiempos “nadie quiere meterse en problemas”, la mejor alternativa fue callar, hacer como si nada pasara apenas a unos metros de distancia.

Esa, con toda seguridad, es la única lección que podemos y debemos aprender: no callarnos ante la certeza de que inocentes son agredidos ante nuestras propias narices, no seguir con la absurda idea de que si no le pasa a un pariente, a un conocido, luego entonces no existe.

Existe, y le costó la vida a tres niños. Y los ahora vengadores que surgen en las redes, ojalá sean así cuando un vecino, quien sea, cometa un abuso en contra de su propia familia o un semejante que tiene la desdicha de vivir en su misma calle.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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