
Flores amarillas
Previo a que todo desaparezca en el campo, surgen en aquella colina las flores amarillas, presagios de la muerte que está por inundar todo el valle, las heladas visten de blanco el lugar donde quedaron nuestras huellas, y tras esos paisajes blancos la hierba y sus flores comienzan su transformación y se visten con ropa de sequía.
Antes de que esto suceda, como en todas las ocasiones, un alegre color brota en el campo. La alfombra que recibe a la muerte previo a que la tierra se vaya a descansar es un homenaje a la infancia que se quedó entre pasteles de lodo y machincuepas en el pasto.
Allá en el lugar dónde las flores amarillas anuncian la llegada del otoño y el humo del fogón da la bienvenida a los visitantes, se puede beber café por las mañanas mientras día a día se ve cómo se transforma el paisaje vivo y colorido en uno gris, para luego renacer y continuar el ciclo interminable de la vida.
Metáfora de la vida misma, un resplandor amarillo antes de llegar al final para luego renacer en el recuerdo de aquellos que se quedan en espera de ser sembrados, cultivando experiencias y anhelando el renacer.
Ahí estuvieron cuando niños, inundando por doquier, a pesar de la adversidad, no faltaron al compromiso de año con año, al igual que cuando los jóvenes se van a buscar el futuro y se convierten en esas flores que llegan para alumbrar el hogar y después dejarlo frío, sacrificio por conseguirse la vida en un futuro laboral, allá en la ciudad.
Y ahora aquí están cubriendo los restos de aquellos que ya se fueron. Las flores amarillas a las que nadie les toma importancia, son especiales por eso: no tienen un valor en el mercado pero son las únicas que año con año sin que nadie se esmere en cultivarlas siguen creciendo durante cada temporada, flores amarillas, flores resilientes.