“EL FEROZ”
No podía faltar, queridos lectores del Diario Plaza Juárez, que les cuente la historia de un luchador sensacional, mejor que “El Santo”, se sabía más llaves que un cerrajero, era un verdadero chingón, le había rajado la madre a los mejores de la maroma, era conocido como “El Feroz” pero su nombre de pila era Delfino Hernández; en cada lucha era más bravo que un lobo, la gente le aplaudía, era admirado por un montón de viejas, algunas hasta le aventaban los calzones.
Los domingos, al terminar, era sacado en hombros de la Arena Afición de Pachuca. La mayor parte de las luchas eran ganadas dos al hilo, a sus contrincantes los apendejaba, retachándolos en las cuerdas, les daba de azotones, les aventaba unas patadas voladoras y les ponía la “hurracarrana”, su llave predilecta y los tiraba cayendo de espalda, les levantaba las patas y se las doblaba a manera de que tocaran la lona. Los mejores luchadores ni a melón le sabían; era un joven alto de cuerpo atlético, se dedicaba exclusivamente a la lucha libre. Todas las mañanas se iba a entrenar, no chupaba y le gustaba de corazón el deporte, vivía con su jefa doña Ramona, una viejita muy chistosa y buena gente, vivían en el barrio del “Arbolito”
Pero su mala suerte le llegó cuando conoció a “La Flaca”, se hicieron novios, le enseñó el arte de las luchas, le puso a espaldas planas, le metió una llave preferida y resultó panzona. La mamá de Luisa “La Flaca” era una vieja muy revoltosa de pelo en pecho, un verdadero desmadre, se rajaba el hocico con cualquiera de las del barrio, por ahí se escuchaban rumores que había desmadrado a su viejo “El Chirimoya” y lo mandó al Valle de las Calacas.
Pero nadie se atrevía a investigar para no meterse en broncas, le decían “La Cavernaria”, cuando supo que su hija estaba panzona, se le pararon los pelos del espinazo, respingo como si le hubieran picado la cola, a paso veloz fue a buscar al luchador. Llegó a su casa, como estaba cerrada, la abrió de un caballazo, espantó a la viejita que se cayó de la cama y le preguntó.
- ¿Dónde está su hijo, señora?
“La Cavernaria” lo buscó debajo de la cama, llevaba en la mano un garrote, doña Ramoncita, temerosa, le preguntó:
- ¿Para qué lo busca señora?
- Para partirle cuanta madre tenga.
- ¿Qué le hizo?
- A mí nada, pero se puso a jugar luchitas con mi hija y la empanzonó, si no se casa con ella ahorita mismo, me cae que lo capo al cabrón.
Doña Lupe “La Cavernaria” se asomaba cada rato a ver si llegaba Delfino, eso molestó a la ruquita, que le dijo:
- Si quiere esperar a mi hijo, hágalo allá fuera.
“La Cavernaria” levantó el garrote, apantallando a la señora que se arrinconó y con las manos se cubría la cara, para protegerse del madrazo.
- No se cisque, con usted no es la bronca, nada más fue una finta, pero si vuelve a abrir el hocico le suelto el garrotazo a medio lomo, de aquí no me muevo hasta que llegue el pinche luchador balín.
Como era mediodía, doña Ramona se puso a hacer la comida para su hijo, que era muy puntual para mover el bigote. Con el rabito de ojo miraba a “La Cavernaria” que bufaba, no dejaba de echar mentadas en contra del “Feroz” pasó el tiempo, como no llegaba su hijo, la señora, le llevó un jarro de agua a “La Cavernaria” que sacaba la lengua, apretaba los puños, y saltaba los ojos.
- Tómese este jarro de agua.
Doña Lupe se levantó furiosa, azotando el garrotazo en el jarro, haciéndolo mil pedazos y le gritó:
- No quiero nada pinche vieja alcahueta, yo no me vendo.
La viejita se retiró con miedo, pensando que la mujer estaba tan furiosa que de una mordida le podía arrancar una pata, mejor se metió a la cocina, desde ahí la espiaba. Mientras tanto, “El Feroz” entrenaba en el ring de la Arena Afición, con “El Sombrita” y “El Califa”, les dijo:
- A ver qué les parece esta lucha.
“El Feroz” jaló al “Califa” de las greñas, le puso un candado a la cabeza, le picó los ojos, lo estrelló en las cuerdas, le dio un azotón, se subió a la tercera cuerda y le aventó un tope, le levantó las patas y le puso la “hurracarrana”, “El Califa” le gritaba:
- ¡Ay güey! Suéltame, me doy.
Todos sus compañeros que estaban presentes lo felicitaron.
- Te salió a toda madre carnal, en un minuto le ganaste.
- El domingo así le voy a dar en la madre al pinche “Perro Aguayo” ya lo traigo anotado en la lista negra. Bueno, pues nada más me echo un baño y me pinto de colores, porque mi jefecita me ha de estar esperando con el pipirín.
Muy quitado de la pena “El Feroz” entró a la vecindad, sin imaginarse que su futura suegra lo estaba esperando desde la mañana. Al dar el primer paso para entrar a su casa, recibió un garrotazo en la mera cabeza que sonó hueco y cayó a lo largo, el segundo garrotazo le pasó zumbando por la cholla, que le volaron los pelos. “La Cavernaria” se le fue a patadas, se le montó y le azotó la cabeza contra el suelo.
Los gritos de Ramoncita hicieron que llegaran sus vecinos don Mateo y don Lalo, que agarraron a “La Cavernaria” uno de cada brazo, levantándola a huevo para quitársela de encima y que ya no le pegara, pensaban que “El Feroz” estaba muerto, doña Lupe les gritaba:
- Suéltenme güeyes o va con ustedes la bronca.
Don Mateo le dijo:
- Ya señora, por favor, se va a meter en un lío, creo que ya lo desmadró, no respira.
- Eso es lo que quiero, levántate pinche luchador baboso. Quiero ver si de veras eres bueno, me vas a pagar lo que le hiciste a la pendeja de mi hija.
Entre varios vecinos se la llevaron a “La Cavernaria” que no dejaba de echar mentadas parejas:
- Hijos de toda su repinche madre. No sean montoneros, pero uno por uno, me los voy a chingar.
Otros de los vecinos levantaron al “Feroz” le dieron a oler amoniaco, que hizo que se parara echo la chingada, mirando a todos les preguntó.
- ¿Qué me pasó? Sentí que se cayó el techo de la casa.
Doña Ramoncita les dio las gracias a los inquilinos por salvar a su hijo de una muerte segura, cuando se fueron le contó a su hijo a qué había ido “La Cavernaria”, “El Feroz” le dijo:
- No se preocupe jefa, esto se va a arreglar.
Al día siguiente, a las 8 de la mañana doña Lupe llevó a su hija y a su yerno para que se casaran, lo había amenazado que si no lo hacía, un domingo que estuviera luchando se iba a subir al ring y delante de todos sus aficionados le iba a poner en su madre.
Por supuesto que no hubo fiesta, mucho menos luna de miel, con la madriza que le habían arrimado “El Feroz” caminaba como si hubiera parido Chayotes. Al famoso luchador le pasó lo que a Sansón, con la golpiza que le había dado su suegra, perdió todas sus facultades como luchador.
El pobre había quedado como carro chocado, con el chasis chueco, las llantas ponchadas, el mofle caído y el cigüeñal no le funcionaba. Un día platicó con su vieja, “La Flaca”:
- Pinche Luisa, te pasaste, fuiste de chismosa con tu madre que me las habías dado.
- Lo que pasó es que tu mamá le platicó a las vecinas que ibas a ir a Japón a una gira con los luchadores, ¿Y que dijiste cabrón? Yo me voy y ahí que se haga bolas la pendeja, no chiquito, hubiera yo recibido la madriza que te dio mi madre. Así es de que ahora te jodes, a mantenerme.
“El Feroz” trabajó como minero, como chalán, pintor de brocha gorda y no la hizo porque su suegra le exigía más dinero. Al poco tiempo se murió doña Ramoncita, fue un golpe bajo para Delfino, que se tiró al vicio, ya no era “El Feroz” sino un mansito perro, doña Lupe lo corrió de su casa, se juntó con los teporochos del barrio, por ahí anda durmiendo en donde le agarra la noche, todo mugroso, a veces está sentado en el Jardín Constitución, o afuera de la Iglesia de la Asunción.
Así acabó la historia de un famoso luchador, que ahora anda en el Escuadrón de la Muerte, cada que me ve, me grita:
- ¡Gato Seco! Me la curas o tomo agua.
- ¡No carnal, ten para que te chupes un pomo!
Pasó el tiempo y no supimos nada de él, se perdió por completo, sólo dejó el recuerdo de su apodo cuando luchaba, “El Feroz”.