Días cortos para una condena larga
Como quiera los días son los más cortos del año. Apenas saltamos de la cama y el reloj arranca una carrera loca por querer llegar a las seis de la tarde, cuando la noche cae sin preámbulo alguno, sin nubes rojizas, sin nada. Simplemente las luminarias se prenden en automático para convencernos de que otra vez los sueños, si es que los hay, son la mejor forma de combatir la monotonía de no salir sorteados en la tómbola de los enfermos.
La monotonía sin duda es el mayor de los males que ha traído la pandemia, porque se ha impuesto como la única fórmula efectiva para salvarse del contagio, y desde que todo este escenario de horror y miedo se puso en marcha, ha desatado el espíritu dictatorial en una buena cantidad de familias donde los padres ya entrados en años, de pronto se despiertan con que solo con un salvoconducto que otorgue la autoridad mayor, conformada siempre por los hijos, podrán asomarse a la esquina disfrazado de conquistador del polo norte.
De la sincera preocupación por el bienestar de los padres y abuelos, no son pocos los que saborean el gusto por haberse auto investido como los que llevan el timón de la embarcación con licencia no del 007 para matar, pero sí para imponer a punta de gritos la ley a los que insisten en querer salir para saludar a sus amigos o amigas, checar las ofertas de las tiendas, meterse a un restaurante por un platillo diferente a los de los últimos ocho meses y hasta consentirse con una bebida espirituosa.
Pero como la ley es la ley, ni hablar que donde manda capitán no ordena marinero o como dijera la Chachita de las películas de Pedro Infante, “ni hablar mujer, traes puñal”.
Todo es por el bien de las y los cabecitas blancas, que no deben protestar ni quejarse, que pocos hijos hay que deveras se preocupan por sus progenitores. Así que no faltan los que preparan un escape de Alcatraz aunque sea por unas horas, para reconocer que después de todo, “allá afuera”, la vida sigue y con la suerte que a veces se otorga a quienes la piden, tal vez no le toque al evadido regresar con tos cavernosa, ojos llorosos y calentura que ni Obama.
Pero le piensan, ya con todo listo para la fuga, son más los que regresan y confiesan al hijo-capitán-general que no lo van a volver a intentar, pero que la mera verdad ya están aburridos, y es en ese instante que el celador o alcaide de la prisión les dirigirá un discurso que ni ellos a los hijos hoy papás, cuando se desaparecían una noche entera y regresaban ya casi a punto de salir el sol todos olorosos a las mentadas bebidas espirituosas.
Pero como hombres y mujeres de edad, aceptarán su falta no sin antes pedir a los cielos que ya le paren, que se acabe esta pandemia, porque el encierro cansa, lastima y provoca ganas enfermizas de brincar las rejas para gritar que siguen vivos, con ganas de navegar por mares inmensos, cruzar los cielos en avión, viajar, viajar mucho antes que nos trepen al viaje final.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta