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Entre “Birdman” y “Castigo divino”

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ANÁLISIS

Pocas veces ocurre, como en estos días, que compartan espacios estelares de nuestros medios dos acontecimientos culturales de primer orden: la entrega por el presidente Peña Nieto del Premio Carlos Fuentes al narrador nicaragüense Sergio Ramírez y la ceremonia de entrega del Oscar en la que el mexicano Alejandro González Iñárritu obtuvo los dos mayores reconocimientos: mejor director y mejor película, junto al también mexicano Emmanuel Lubezki, como mejor director de fotografía. 

 

Y pocas veces, también, hay tanta congruencia entre el nombre del premio y el premiado como en la ceremonia del lunes en el Museo Nacional de Antropología: más de 20 años antes de recibir el reconocimiento a la creación literaria en la lengua española que lleva el nombre del escritor mexicano, éste ya le había entregado un adelanto al querido autor nicaragüense. 

En efecto, en su libro “Geografía de la novela”, Carlos Fuentes le dedicó un capítulo al análisis de “Castigo divino”, en el que el tratamiento jurídico-literario de un crimen, que logra Sergio Ramírez, resulta emparentado con los tratamientos literario- judiciales de Stendhal en “Rojo y negro”, y de Flaubert en “Madame Bovary”. Se trata, claro, del parentesco entre tramas y personajes de la Francia legalista del siglo XIX y los personajes y las tramas de los países latinoamericanos de los últimos siglos, legalistas en la retórica, pero sin ley y sin justicia confiables. 

El hambre y las ganas de comer. De allí el valor de las palabras de Sergio Ramírez en la Latinoamérica de hoy, en que “las parcas se visten de sicarios”, dijo el lunes ante el Presidente de México, con el reproche a los titulares de los medios que se ocupan de lo general-espectacular, en espera de que venga la literatura a ocuparse de los seres humanos, vistos en singular. 

Y si la agenda de los medios mexicanos alcanzó así a decantarse por unos días con el tamiz de la literatura y del contexto latinoamericano, análisis por separado merece el tratamiento informativo y editorial de antes, durante y después del parto de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, que dio a luz esos muy apreciados premios Oscar en favor de un par de artistas mexicanos en Hollywood. 

Y aquí sí que se juntaron el hambre y las ganas de comer. Un panorama asolado por meses con cargas mediáticas intensivas de descalificación nacional respondió con avidez a las expectativas de noticias de algún éxito mexicano en un escenario mediático global. Semanas de triunfos de “Birdman” en peleas preliminares; entrevistas y encuestas a mexicanos, obviamente, abrumadoramente favorables a la obra de los mexicanos, alimentaban día a día las ganas de ver subir a los compatriotas a la cumbre de la cinemanía mundial. 

La agenda de los ganadores. Y se hizo el milagro, seguido de la euforia de los titulares de los medios y de los mensajes de los actores públicos al día siguiente. Luego sobrevino el celoso rastreo mediático, hasta hoy, de cada movimiento y cada declaración —y de cada respuesta a cada declaración— de los victoriosos. Nada importa que la mayoría de las audiencias no haya visto la peli o, en su caso, la temática no haya captado su interés. Como tampoco importa el bajo sentido de pertenencia al enfoque tradicional de lo mexicano, mostrado hasta hoy por parte de los ganadores. 

Porque, quiéranlo o no, “Birdman”, su director y su camarógrafo quedaron asociados en la galaxia mediática a una percepción de pertenencia a quienes se gratifican con su éxito al grado de percibirse, ellos también, ganadores. E independientemente de la riqueza y de la calidad de la obra, que ya habrá oportunidad de valorar, la agenda de estos fortalecidos moduladores del temario nacional ha quedado expuesta a la prueba de la satisfacción o la violación —o el choque— de las expectativas que despertaron. 

Y aquí pueden quedar en juego de niños lo mismo la lucha de los egos exultantes o heridos dentro del “Birdman” de González Iñárritu, que el “Castigo Divino” de Sergio Ramírez. 

(Agencia EL UNIVERSAL)